El reloj digital marcaba las 10:47 a.m. en la amplia oficina principal de Force Corporation. Las persianas estaban a medio cerrar, dejando pasar franjas de luz que cortaban la penumbra como cuchillas.
Nathan estaba sentado detrás de su escritorio, los codos apoyados, el ceño fruncido mientras observaba la pantalla del ordenador. En el reflejo del vidrio se veía el rostro tenso de un hombre que había enfrentado guerras mucho peores, pero que esa mañana parecía más humano que nunca.
En su monitor, uno tras otro, los correos entraban con el mismo encabezado sombrío: “Cancelación de contrato — Asociación suspendida”.
Los dedos de Nathan se movían con lentitud, abriendo los mensajes, leyendo en silencio.
Cada palabra era un golpe más en el pecho.
Collins, su secretaria, estaba sentada frente a la mesa auxiliar, con una tablet en mano. Leía en voz baja los correos que llegaban a la bandeja compartida, con una mezcla de preocupación y respeto hacia su jefe.
—Señor Force, los proveedores de t