La tensión seguía ahí, vibrando como una cuerda a punto de romperse, mientras ambos se mantenían frente a frente, sabiendo que el próximo paso —el más mínimo— podría cambiarlo todo.
La puerta se cerró con un clic suave, casi imperceptible.
Ese sonido, tan simple, marcó el inicio de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
Nathan no se movió durante varios segundos. Seguía de pie, con las manos apoyadas sobre el borde del escritorio, los ojos fijos en la espalda de Logan.
El ambiente estaba cargado, espeso, casi irrespirable. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente, pero dentro de esa oficina el tiempo parecía haberse detenido.
Logan permanecía de espaldas, mirando el reflejo de la ventana. Sus labios temblaban ligeramente, y su respiración era un intento inútil de recuperar la calma.
Sabía que debía irse. Que lo correcto era abrir la puerta, salir, fingir que nada de esto había ocurrido.
Pero sus piernas no se movían.
Nathan caminó despacio hacia él, sin hacer ruido.
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