El sonido de los objetos cayendo aún resonaba en la oficina.
El aire parecía haberse detenido. Nathan permanecía de pie, respirando con fuerza, con las manos apoyadas sobre la mesa y la mirada fija en Logan, como si en cualquier momento fuera a lanzarse sobre él.
Logan no se movía. Tenía las mejillas coloradas, el pecho agitado y la garganta seca.
Entre ambos había un silencio espeso, tan denso que cualquier palabra habría sonado a ruptura.
Nathan se enderezó lentamente, su mirada aún clavada en él.
—Sé lo que sentimos Logan—murmuró con voz ronca—. Y también lo veo en tus ojos cada maldito día.
Logan tragó saliva, intentando contener el temblor en su voz.
—No entiendes… si seguimos por este camino vamos a destruirlo todo.
Nathan dio un paso hacia él.
—No me importa. —Otro paso—. Si tengo que destruirlo todo para tenerte, lo haré.
—Nathan… —susurró Logan, retrocediendo hasta que su espalda chocó contra la pared—. No digas eso.
El silencio volvió a llenar el espacio. Los dos se quedaron