Mundo ficciónIniciar sesiónLogan tamborileaba con los dedos sobre su casco, como si el ritmo metálico fuera lo único que lo mantenía entretenido en ese despacho elegante y cargado de seriedad. Sus ojos chispeaban con un aire desafiante, retador, y en cambio los de Nathan Force se mantenían firmes, clavados en los suyos. La paciencia del empresario se consumía rápido, y ese chico parecía encontrar placer en provocarlo.
—¿Qué es lo que tengo que hacer? —preguntó Logan, arqueando una ceja, mientras al mismo tiempo subía los pies y los apoyaba descaradamente sobre el escritorio pulcro de Nathan. El golpe seco del cuero contra la madera impecable hizo que Nathan apretara la mandíbula. No soportaba ese descaro. —Baja los pies, Logan —ordenó con brusquedad, levantando la mano y empujando con fuerza las botas del muchacho fuera de su escritorio. El gesto no fue suave: Nathan lo hizo con rabia contenida, dejando claro quién mandaba allí. Logan soltó una carcajada insolente, inclinándose hacia atrás en la silla con el mismo desparpajo de siempre. —Ya veré qué puesto me buscarás aquí adentro —replicó entre risas, disfrutando el modo en que lograba sacarlo de quicio—. Por ahora me conformo con ver cómo te hierve la sangre. Nathan respiró hondo, pero no se dejó llevar. —Por ahora vas a aprender de lo que se hace aquí —dijo con voz grave, controlada, como si pronunciara una sentencia. En ese momento, unos golpes secos sonaron en la puerta de la oficina. Tres toques precisos. Nathan giró la cabeza hacia allí, su ceño aún fruncido por la escena con Logan. —Adelante —dijo, con un tono autoritario que llenó la sala. La puerta se abrió despacio y apareció una de sus secretarias, impecable en su traje ajustado color marfil, sujetando una carpeta contra el pecho. Había un matiz de incomodidad en su rostro. —Lamento interrumpir, señor Force —dijo con respeto, mirando apenas un instante a Logan antes de volver la vista a su jefe—, pero esta noche es el evento de moda de ropas para hombres… en donde se van a mostrar los nuevos diseños. Nathan se enderezó en su asiento, dejando atrás la molestia anterior. Ese evento era fundamental para la imagen de su empresa, un escaparate para el mundo de la moda masculina que había levantado con tanto esfuerzo. —Lo sé —respondió con calma, aunque sus ojos volvieron por un segundo hacia Logan, como recordándose que tenía un problema doble en ese momento—. ¿Qué sucede con eso? La mujer tragó saliva antes de contestar. —Es que uno de los modelos contratados se ha enfermado… —explicó con un tono más bajo, como si le pesara la noticia—. Y ya no podemos llamar a otro, es el que abría el evento… y el que lo cerraba. Nathan la observó en silencio unos segundos. El problema no era menor: el modelo que abría y cerraba tenía un papel protagónico, el impacto del desfile dependía de él. La secretaria bajó un poco la mirada, nerviosa. Nathan mantuvo la mirada firme en Logan unos segundos antes de volver a centrarse en su secretaria. Sus ojos grises eran como cuchillas, calculando cada posibilidad, cada consecuencia. —Prepárenlo para el evento —dijo con voz firme, medida, sin dejar espacio para objeciones—. Logan será el modelo de reemplazo. Necesito que le digan exactamente qué hacer: cada movimiento, cada gesto, cada detalle. No quiero errores. La secretaria asintió con rapidez, tomando nota mental de cada palabra, su semblante reflejando la mezcla de urgencia y respeto absoluto por la autoridad de Nathan. —Sí, señor Force. Lo instruiré de inmediato. Nathan se inclinó levemente hacia Logan, quien aún permanecía con los brazos cruzados, la postura desafiante intacta. —Escucha bien —continuó Nathan, cada palabra cortante y precisa—. A las siete en punto, el desfile comienza. Habrá fotógrafos, prensa, ejecutivos y posibles inversionistas. Cada paso que des, cada movimiento de tu cuerpo, cada gesto de tu rostro, será observado. Este evento es más que un simple desfile. Representa todo lo que hemos construido. Y si fallas… será tu culpa, no mía. Logan abrió los ojos, incapaz de articular palabra. El silencio se volvió casi físico, pesado, como si la misma oficina lo comprimiera. Sus dedos golpeaban inconscientemente el casco que sostenía entre las piernas, pero no había escape del destino que Nathan le acababa de imponer. —Señorita Collins —dijo Nathan, señalando a la secretaria—, explíquele todo. Cada paso, cada protocolo. Desde cómo caminar hasta cómo mantener la expresión. No se permite improvisación. Cada gesto debe estar calculado. Ella se acercó con determinación, dejando la carpeta sobre el escritorio. —Escuche atentamente, señor Logan —dijo, su tono profesional y firme—. Primero, la postura: espalda recta, hombros firmes, barbilla levemente levantada. La caminata: pasos seguros, ni demasiado rápidos ni lentos, ritmo constante con la música. La mirada: siempre al frente, evitando mirar a la audiencia directamente. Y la expresión: neutra, pero confiada, proyectando seguridad. Cualquier error se verá amplificado frente a las cámaras. Logan frunció el ceño, intentando mantener la calma, pero la presión era palpable. Su habitual sarcasmo se encontraba atrapado entre la incredulidad y la tensión que Nathan había generado con una simple frase. Nathan, recostado en su sillón, lo observaba con la misma frialdad letal de siempre. —Esta será tu prueba, Logan. Si pasas esta noche sin arruinarla, quizá empiece a considerar que puedes ser útil en este lugar. Pero una sola equivocación y te arrepentirás de haber subestimado mi paciencia. El joven tragó saliva, los músculos tensos, mientras la secretaria continuaba detallándole cada paso que debía seguir. No había escapatoria: aquella noche, Logan tendría que enfrentarse no solo al desfile, sino a la mirada fría de Nathan, que lo evaluaría en cada gesto, en cada respiración, en cada movimiento. El silencio volvió a caer entre los tres. Logan comprendió, con un escalofrío recorriéndole la espalda, que no era un simple modelo reemplazo: era una prueba de fuego, un desafío que lo obligaría a medir hasta dónde podía sostener su rebeldía bajo el control absoluto de Nathan Force.






