Mundo ficciónIniciar sesiónEl salón de convenciones estaba transformado en un templo de lujo y sofisticación. Luces blancas y azules caían desde lo alto, iluminando la pasarela central que parecía extenderse como un río brillante en medio de un mar de invitados. El murmullo de la prensa, los clics de las cámaras y el tintinear de copas de champán creaban una sinfonía inquietante, una atmósfera donde cada detalle importaba.
Nathan Force estaba en su elemento. Con su traje negro impecable, perfectamente entallado, caminaba entre los invitados con la seguridad de un hombre que sabía que todo, absolutamente todo, giraba a su alrededor. Su sola presencia imponía respeto. Había organizado el evento con precisión quirúrgica: nada estaba al azar. Y esa noche, había decidido añadir un ingrediente más a su espectáculo: Logan Smith. En primera fila, invitados de honor, se encontraban Jon Smith, su esposa Eleanor y su hija Nara. Habían llegado por invitación expresa de Nathan. Jon, con su porte de patriarca, mantenía una expresión rígida, mezcla de orgullo y severidad. Eleanor, elegante en un vestido azul medianoche, observaba todo con atención, como si quisiera absorber cada detalle. Nara, radiante, con un vestido de seda color marfil, parecía nerviosa, aunque intentaba disimularlo con sonrisas suaves dirigidas a los conocidos que se acercaban a saludarla. Nathan se inclinó hacia ellos, ofreciendo su saludo con cortesía fría. —Me alegra que hayan venido. Esta noche será memorable —dijo, con esa voz profunda que parecía no admitir dudas. Jon asintió con formalidad. —Esperamos grandes cosas, Nathan. Nara lo miró con dulzura, buscando su atención. —Estoy segura de que será un éxito. Nathan respondió con una leve sonrisa, apenas un gesto, antes de apartarse para atender otros compromisos. No necesitaba hablar demasiado: su sola presencia transmitía control. Detrás del escenario, Logan se encontraba en medio de un torbellino de manos, telas y órdenes rápidas. Dos asistentes le ajustaban el traje negro que abriría el desfile. La chaqueta tenía líneas modernas, los hombros marcados y un brillo satinado que resaltaba bajo las luces. Logan, sin embargo, estaba más pendiente de su respiración acelerada que de la prenda. —No olvides lo que te enseñé —decía la secretaria Collins, caminando a su lado con una carpeta en mano—. Espalda recta, pasos firmes, mirada fija. No existe el público, no existe nadie más que tú en la pasarela. —Sí, sí —respondió Logan con un bufido, aunque la tensión en sus manos delataba sus nervios. En su interior, la adrenalina hervía. Había estado en carreras clandestinas, en situaciones límite con la policía, incluso había desafiado a su propio padre más de una vez. Pero esto era diferente. Aquí no había motores rugiendo ni escape posible. Había un solo camino: la pasarela. Y en primera fila, su familia lo vería todo. Y Nathan… ese maldito hombre estaría evaluando cada segundo. Una voz anunció el inicio del evento. La música comenzó, un ritmo elegante y potente, diseñado para marcar el paso de los modelos. Logan respiró hondo, sintiendo cómo la tela del traje se ceñía a su cuerpo. Era el momento. —Sal —ordenó Collins, empujándolo suavemente hacia la luz. Logan dio el primer paso. El brillo de los reflectores lo cegó momentáneamente, pero pronto se adaptó. La pasarela estaba frente a él, interminable, bordeada por las miradas expectantes de cientos de personas. Dio el segundo paso, recordando las instrucciones: un segundo exacto por pisada, firmeza, mirada al frente. En la primera fila, los ojos de Jon Smith se abrieron en sorpresa. Eleanor llevó una mano a los labios, incapaz de ocultar la conmoción. Nara, con la boca entreabierta, observaba incrédula a su hermano. ¿Qué hacía Logan ahí, desfilando como uno de los modelos principales del evento de Nathan? Nathan, sentado un par de sillas más allá, permanecía sereno, aunque en su interior disfrutaba de la escena. Había planeado cada segundo: que los Smith vieran a su hijo rebelde convertido, aunque fuera por una noche, en un instrumento de su imperio. Logan avanzaba con pasos medidos, su chaqueta brillando bajo las luces, la mandíbula tensa, la mirada fija hacia el frente. No miraba a nadie, no podía. Recordaba las palabras de Nathan: “Si fallas, me harás quedar en ridículo. Y yo jamás lo perdono”. Al llegar al final de la pasarela, dio el giro. Un movimiento controlado, la chaqueta acomodándose sobre sus hombros. Las cámaras dispararon una ráfaga de flashes. Por un instante, Logan sintió el vértigo de estar en el centro del mundo. No era un corredor clandestino, no era el hijo rebelde de Jon Smith. En ese momento, era el rostro de Force Empire. Regresó con el mismo ritmo, sin apresurarse, sin mirar a los lados. Al salir de la pasarela, Collins lo esperaba con una sonrisa contenida. —Bien hecho —murmuró—. No perfecto, pero bien hecho. Logan no respondió. Tenía el corazón golpeándole el pecho como un martillo. El desfile continuó. Modelos profesionales entraban y salían, mostrando la nueva colección de Nathan. Sin embargo, Logan no podía evitar pensar en lo que vendría al final: debía cerrar el evento. El peso de esa responsabilidad lo mantenía en vilo. Cuando llegó el momento de cambiarse para el traje final, un esmoquin oscuro con detalles plateados, Logan sintió las manos temblorosas de los asistentes ajustando los puños y la corbata. Tragó saliva, se miró al espejo y, por un segundo, no se reconoció. Parecía otro: un hombre seguro, elegante, impecable. —Respira —susurró Collins—. Es tu última prueba. La música cambió, más solemne, más intensa. Logan salió de nuevo, esta vez para cerrar el evento. Los flashes fueron aún más intensos, la atención total. Avanzó por la pasarela con pasos firmes, sintiendo la mirada de todos sobre él. En la primera fila, Nara sonreía con orgullo, aunque confundida. Eleanor parecía al borde de las lágrimas, mientras Jon mantenía una expresión dura, pero en el fondo, una chispa de alivio brillaba en sus ojos. Nathan, por su parte, no pestañeaba. Cada paso de Logan era para él una confirmación de que había tomado la decisión correcta. No porque confiara en el chico, sino porque lo había puesto bajo su control. Al llegar al final, Logan hizo el giro final con elegancia. El público estalló en aplausos. Durante un instante, lo sintió: la victoria, el reconocimiento, la adrenalina de haber superado la prueba. Pero al volver hacia el fondo, su mirada se cruzó con la de Nathan. Fría, calculadora, implacable. El aplauso del público no significaba nada para ese hombre. Solo el hecho de que Logan había cumplido su orden. Al salir de la pasarela, Logan respiró como si hubiera corrido un maratón. Collins lo felicitó rápidamente, pero él apenas la escuchaba. Sabía que lo peor estaba por venir: el juicio silencioso de Nathan Force. Y en el salón, mientras el público seguía aplaudiendo, Jon Smith se inclinó hacia su esposa y murmuró: —Ese muchacho… por primera vez, parece haber encontrado un lugar. Eleanor asintió, con lágrimas brillando en sus ojos. Nara, sin apartar la vista de su hermano, pensó en silencio que aquella noche no había cambiado solo a Logan… sino que también había cambiado algo mucho más peligroso: la forma en que Nathan lo miraba.






