El reloj marcaba las nueve en punto cuando Nara entró en el edificio de Force Corporation. Sus tacones resonaron firmes contra el suelo de mármol, y su porte elegante contrastaba con el ambiente sobrio y gris del lugar. Llevaba un vestido blanco sencillo, pero el brillo en su mirada denotaba una mezcla de determinación y ansiedad.
Cuando la recepcionista le informó que Nathan ya se encontraba en su oficina, Nara respiró profundo y caminó hasta la puerta principal del despacho. Golpeó suavemente, y tras un breve “adelante”, entró.
Nathan estaba sentado detrás del escritorio, impecablemente vestido, con la corbata perfectamente ajustada y el rostro concentrado sobre unos documentos. Sin embargo, al alzar la vista y verla, algo en su expresión se endureció.
—Buenos días —dijo Nara con una sonrisa forzada.
Nathan dejó la pluma a un lado y se recostó ligeramente en el sillón.
—Buenos días. No sabía que vendrías hoy —respondió, con ese tono frío que usaba como barrera contra todo lo que no