La habitación del departamento estaba impregnada de un silencio denso, apenas roto por el sonido del hielo chocando en el vaso de Nathan. Logan, aún con el cabello húmedo y la camiseta que le quedaba un poco grande, permanecía recostado en el sofá, las piernas abiertas, el cuerpo relajado en apariencia, aunque sus costillas le ardían con cada respiración. Parecía desinteresado, pero sus ojos se movían de un lado a otro con la misma rebeldía que siempre lo acompañaba.
Nathan, de pie junto al minibar, servía otra copa de whisky. Sus movimientos eran lentos, controlados, casi teatrales, como si cada gesto tuviera la intención de irritar a su cuñado.
—Antes de ir a tu rescate —comenzó diciendo, sin levantar la vista del vaso que giraba entre sus dedos—, tuve una reunión con Kai Nakamura.
El nombre hizo eco en la habitación. Logan apenas arqueó una ceja, pero no dijo nada. Se limitó a levantar la copa vacía que Nathan le había dado antes, agitándola con un ademán burlón.
—¿Y qué quieres? ¿