LÍA
Amanda me miró con esos ojos cargados de un brillo extraño, mezcla de tristeza, furia contenida y una pizca de orgullo amargo. El aire parecía temblar entre nosotras. Se acomodó en el borde del sillón, como si necesitara tener el control absoluto de cada palabra que estaba a punto de soltar, y respiró hondo, clavando la mirada en mí con la intensidad de alguien que ya no tiene escapatoria.
— Lía, lo que voy a decirte no es fácil, ni para mí ni para ti, por lo cerca que estuviste de sufrir un destino parecido al de mi hermana —. Empezó, bajando la voz hasta casi un murmullo, como si temiera que incluso las paredes tuvieran oídos—. Pero creo firmemente que esto debes saberlo para saber en qué estamos paradas, porque no estás sola, cariño.
Yo tragué saliva con dificultad, sintiendo que el aire en mis pulmones se espesaba como si me estuviera hundiendo en un pantano.
— Me gustaría saberlo todo, Amanda, y sé lo difícil que debe ser para ti hablar sobre esto —. Le dije en un susurro queb