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—No, no se preocupe, ¿Cómo cree?, usted nunca molesta. Más bien, yo me tengo que ir ahora mismo. Solo vine para verlos un momento, porque tengo un asunto pendiente con mi padre y me está llamándome a cada rato,

—¿Pero no te quedarás a cenar con nosotros? Quédate un rato, hija, siéntete en casa.

—No, de verdad, tengo que irme. Con gusto, vengo otro día y almorzamos juntos.

La muchacha se recogió el cabello rubio en una coleta y se ajustó el bolso negro sobre su hombro.

—Acompáñala a la puerta, Daniel —la mujer suplicó, pero no obtuvo ninguna respuesta—. Discúlpalo, no está pasando por un buen momento ahora.

No se preocupe, puedo hacerlo sola. Cuídese mucho, nos vemos. Adiós, Daniel.

Daniel controló la respiración cinco segundos más, mientras la veía desaparecer frente a su vista y el estudio se quedaba tan solitario como antes, solo con la destacada presencia de su madre, que se cubría los labios y extendía una mano hacia él, tomándolo del brazo.

—Cielo, quería decirte que...—susurró,
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