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Sin embargo, la broma no pareció hacer efecto en Serena, cuyos ojos se abrieron llenos de preocupación. Para ella, ser suspendido era algo impermisible. Se preocupaba por aquel chico que no conocía, pero que, al ser amigo de Daniel, debía ser alguien importante para él, aunque su primo no lo demostrara del todo.

—¿Lo han suspendido? —preguntó—. Eso es muy malo… puede afectar su promedio.

—No es mi culpa que Nick no sepa cómo ocultar un celular —respondió Daniel, sin intención de asumir responsabilidades.

Serena volvió a mirar su plato, sin saber qué decir. La comida ya no parecía tan caliente, y ella se sentía diminuta, fuera de lugar en esa mesa. Solo debía servirla, no ocuparla. No era como los Reed, aunque compartieran sangre. No entendía por qué su madre había pedido a la señora Reed que la acogiera; parecía que la había dejado completamente desamparada.

—¿No vas a comer? —preguntó Daniel al notar que Serena observaba su plato intacto, mordiendo el pulgar—. ¿No te gustan los lango
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