Los ojos de Daniel se abrieron un poco y recorrieron su cuerpo de pies a cabeza, conteniendo una sonrisa indiscreta.
Serena llevaba un vestido aún más ajustado que el de ayer, pero lo que realmente llamó su atención era su cabello recogido en una coleta alta, dejando su rostro totalmente descubierto. Sus orejas eran tan blancas como el resto de su piel. Daniel no podía apartar la mirada de la curva de su cuello, tan apetecible que le daban ganas locas de besarla y olerla.
Serena notó la mirada de su primo, pero creyó que era porque estaba molesto por la tardanza.
—Lo siento, Daniel.
—¿Por qué? ¿Ya no vas a ir conmigo? —preguntó él, con un tono divertido.
—No… es que no tengo más ropa en mi armario. No sé si sea apropiado salir contigo… —balbuceó ella, sintiéndose avergonzada. Su ropa no era bonita, mucho menos de diseñador; comparada con la de los Reed, parecía harapos viejos.
Por un instante pensó en negarse, pero su corazón comenzó a latir con fuerza cuando levantó la mirada y encon