—¡Que no, joder! ¡No quiero nada! Solo métase en sus asuntos —dijo Daniel, exasperado.
Golpeó las palmas sobre la mesa, molesto por todas las preguntas de su anciana empleada. Solo quería comer, y ella le estaba haciendo una lista interminable de comentarios estúpidos, mientras su estómago rugía cada cinco segundos.
Definitivamente, no comer lo estaba volviendo insoportable. Ella ya debería saber cómo se comportaba, pero no se limitaba a hacer su trabajo; lo cuidaba en exceso, un cuidado que él no había pedido.
—Está bien, joven Reed, como usted ordene —dijo la anciana, bajando la mirada apenada mientras se marchaba a pasos lentos.
Daniel pasó toda la tarde en su cuarto: fumando, durmiendo y hablando con todos del instituto. Al parecer, habían atrapado a Nick con el celular durante clase y lo habían echado del aula, aunque él no estaba seguro de si era culpa suya. Soltó una carcajada aburrida.
Hubiera querido ver la cara de idiota de su amigo al ser regañado por el profesor. Se lo mer