La madrugada lo encontró despierto. El apartamento estaba en silencio, pero su mente era un caos. Julián no podía dejar de revivir la escena: Camila jadeante, con el rostro encendido por el placer... y la puerta abriéndose con violencia. El rostro del padre de Camila congelado en shock, traición y furia. La imagen lo perseguía como un fantasma que no lo dejaba en paz.
Habían pasado semanas desde aquel momento. Se había refugiado en su apartamento de soltero, el mismo que usaba en sus años más salvajes, cuando aún era joven y no conocía el amor verdadero. Pero ahora ese lugar le pesaba. Todo le pesaba.
Tomó aire. Lo había decidido. Iba a enfrentarlo.
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El padre de Camila abrió la puerta con una expresión que dejaba claro que no estaba feliz de verlo. La tensión era espesa como niebla. Ninguno habló al principio.
—Necesito hablar contigo —dijo Julián, con la voz ronca de culpa.
El padre de Camila se cruzó de brazos, lo miró con los ojos endurecidos por la decepción.
—¿Después de lo qu