Camila no salió de su habitación durante tres días. Apenas comía. Apenas dormía. Las paredes parecían cerrarse sobre ella. El recuerdo de Julián, de su lengua en su piel, de su cuerpo arrodillado frente a ella, la perseguía en cada rincón. Y sobre todo… el rostro de su padre, partido en dos entre la traición y el dolor.
Julián había desaparecido. Se había ido sin decir nada más. Como si nunca hubiera existido entre esas paredes. Como si el fuego que compartieron no hubiera dejado cenizas tras de sí.
Pero para Camila, ardía todavía.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Julián también se refugiaba en el silencio. Había vuelto a su antiguo departamento. Sucio, con cajas a medio desempacar. El aire olía a abandono. Como él.
No contestaba llamadas. No revisaba mensajes. Solo bebía. Daba largos paseos en su moto sin rumbo. Hacía todo lo posible por no pensar en ella… y fracasaba cada maldito segundo.
Hasta que alguien tocó su puerta.
Era Elisa.
La había amado años atrás, mucho antes