4

El avión privado de Álvaro Del Valle era exactamente como Nicole lo había imaginado: ostentoso, elegante y con ese aire de superioridad que parecía acompañar a su dueño a todas partes. Mientras se acomodaba en uno de los asientos de cuero blanco, Nicole repasaba mentalmente cómo había terminado allí, rumbo a Barcelona para una "reunión urgente" que requería su presencia.

—¿Primera vez en un jet privado? —preguntó Álvaro, aflojándose la corbata mientras tomaba asiento frente a ella.

—¿Tanto se nota? —respondió Nicole, intentando disimular su asombro.

—Tu cara es un libro abierto, Ramírez.

La azafata les sirvió champán antes del despegue. Nicole lo rechazó, pero Álvaro insistió.

—Relájate. No muerdo... a menos que me lo pidas.

Ese comentario hizo que Nicole sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Llevaba apenas dos semanas trabajando para él, y ya había notado cómo sus miradas se prolongaban más de lo necesario, cómo sus dedos rozaban "accidentalmente" los suyos al pasarle documentos.

—¿Realmente necesitaba que viniera? —preguntó ella, dando un pequeño sorbo a su copa—. Podría haber preparado todo desde Madrid.

Álvaro la miró fijamente, con esos ojos que parecían desnudarla.

—Necesito que estés donde yo esté, Nicole. Es parte del contrato que firmaste.

El vuelo duró menos de lo que esperaba. Barcelona los recibió con un atardecer perfecto que teñía el cielo de naranja. Un coche los esperaba en la pista para llevarlos directamente al Hotel Majestic, donde Álvaro tenía reservada la suite presidencial.

—Señor Del Valle, bienvenido —saludó el gerente con excesiva cordialidad—. Lamentamos informarle que ha habido un problema con la reserva adicional. Tenemos el hotel completo por un congreso internacional.

Nicole vio cómo la mandíbula de Álvaro se tensaba.

—¿Qué significa eso exactamente?

—Solo tenemos disponible la suite que reservó originalmente.

Álvaro miró a Nicole de reojo antes de responder.

—No hay problema. Mi asistente y yo nos adaptaremos.

El ascensor subió en silencio hasta el último piso. Nicole sentía que el aire se volvía más denso con cada segundo que pasaba encerrada en ese pequeño espacio con él. Cuando la puerta de la suite se abrió, contuvo la respiración.

Era espectacular: ventanales del suelo al techo con vistas panorámicas de Barcelona, muebles de diseño, una botella de vino esperando ser descorchada... y una sola cama king size en el centro de la habitación principal.

—Puedo dormir en el sofá —se apresuró a decir Nicole.

Álvaro sonrió, dejando su maletín sobre una mesa.

—No será necesario. La suite tiene un dormitorio adicional.

Nicole sintió una mezcla de alivio y... ¿decepción? Se reprendió mentalmente por ese pensamiento.

Después de instalarse, Álvaro la invitó a cenar en la terraza privada. La ciudad brillaba a sus pies mientras el camarero servía un vino tinto que costaba más que su alquiler mensual.

—La reunión es mañana a las diez —explicó él, mientras cortaba un trozo de carne—. Quiero que tomes nota de todo. El grupo inversor es importante.

—¿Por eso me trajiste? ¿Para tomar notas? —preguntó ella, arqueando una ceja.

Álvaro dejó los cubiertos y la miró intensamente.

—Te traje porque quería verte fuera de la oficina.

La honestidad de su respuesta la desarmó. Nicole sintió cómo el calor subía por su cuello hasta sus mejillas.

—Eso no es profesional, señor Del Valle.

—Llámame Álvaro cuando estemos solos —dijo, acercando su silla a la de ella—. Y no, no es profesional. Pero ambos sabemos que hay algo más entre nosotros.

Nicole bebió un largo trago de vino, necesitando valor.

—No sé de qué hablas.

—Claro que lo sabes —susurró él, acercándose más—. Lo sientes cada vez que entro en una habitación. Tu respiración cambia, tus pupilas se dilatan.

—Eso es ridículo —respondió ella, aunque su voz tembló ligeramente.

Álvaro sonrió, satisfecho por haber provocado esa reacción.

—Déjame mostrarte algo —dijo, levantándose y ofreciéndole su mano.

Nicole dudó, pero finalmente la tomó. Él la condujo hasta el borde de la terraza, donde la vista de la ciudad era hipnotizante.

—Barcelona de noche —murmuró Álvaro, colocándose detrás de ella—. Una de las vistas más hermosas del mundo.

Nicole podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración en su nuca. Cerró los ojos, intentando controlar el deseo que crecía en su interior.

—Álvaro, esto no...

—Mírame —ordenó él, girándola suavemente.

Sus ojos se encontraron en la penumbra. Nicole sintió que se ahogaba en ese mar oscuro que la observaba con hambre.

—Dime que me detenga y lo haré —susurró él, acercando su rostro al de ella.

Nicole sabía que debía detenerlo. Había prometido no volver a caer en relaciones donde perdiera su libertad. Pero su cuerpo traicionaba a su mente.

—No puedo —confesó en un suspiro.

Fue todo lo que Álvaro necesitó para tomar su rostro entre sus manos y besarla con una intensidad que la dejó sin aliento. Sus labios, exigentes y suaves a la vez, reclamaban algo que Nicole no sabía que podía dar. Respondió al beso con la misma urgencia, enredando sus dedos en el cabello de él, dejando que sus cuerpos se encontraran.

Las manos de Álvaro recorrieron su espalda, bajando hasta su cintura, atrayéndola más hacia él. Nicole pudo sentir su excitación presionando contra ella, y un gemido escapó de sus labios.

Fue ese sonido lo que pareció romper el hechizo. Álvaro se separó bruscamente, respirando con dificultad.

—Esto... no debería haber pasado así —dijo, pasándose una mano por el cabello.

Nicole se sentía mareada, confundida por la repentina interrupción.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que mereces más que un arrebato en una terraza —respondió él, recuperando la compostura—. Y yo necesito estar seguro de que sabes en lo que te estás metiendo conmigo.

Se alejó unos pasos, creando una distancia que parecía necesitar.

—Descansa, Nicole. Mañana tenemos trabajo que hacer.

Y con esas palabras, Álvaro desapareció dentro de la suite, dejándola sola con la ciudad a sus pies y un fuego en su interior que se negaba a extinguirse.

Esa noche, Nicole se revolvió entre las sábanas de su habitación, incapaz de conciliar el sueño. Podía escuchar a Álvaro moviéndose al otro lado de la pared, tan inquieto como ella. Se preguntó qué habría pasado si el beso hubiera continuado, si hubieran cruzado esa línea.

"¿Qué estoy haciendo?", pensó, mirando al techo. Había jurado no volver a entregarse a un hombre que pudiera controlarla, y Álvaro Del Valle era la definición misma de control. Sin embargo, algo en él despertaba una parte de ella que creía dormida, una parte salvaje que ansiaba ser liberada.

El problema no era que Álvaro pudiera romperle el corazón. El verdadero peligro era que, por primera vez en mucho tiempo, Nicole sentía que podría permitírselo.

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