El regreso a Madrid trajo consigo un silencio incómodo que se instaló entre nosotros como un muro invisible. Durante el vuelo, Álvaro se había refugiado en su ordenador, respondiendo correos con una concentración casi obsesiva, mientras yo fingía estar absorta en una película que ni siquiera podía seguir. Tres días habían pasado desde Barcelona. Tres días intentando actuar como si nada hubiera ocurrido en aquella terraza.La oficina se convirtió en un campo minado. Cada vez que nos cruzábamos en el pasillo, la electricidad era tan palpable que casi podía oírse el crepitar en el aire. Él mantenía su máscara de profesionalidad impecable, pero sus ojos... sus ojos me seguían con una intensidad que me quemaba la piel.Esa mañana, mientras organizaba su agenda en la recepción, Carlos, uno de los diseñadores gráficos, se acercó a mi escritorio.—Nicole, ¿te apetece un café? Llevo días queriendo invitarte.Su sonrisa era genuina, y agradecí el gesto de normalidad en medio de tanta tensión.—
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