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El despertador sonó a las cinco de la mañana. Nicole lo apagó de un manotazo y se quedó mirando el techo de su pequeño apartamento en Lavapiés. Afuera, Madrid apenas despertaba, pero ella ya sentía la adrenalina corriendo por sus venas.

*Primer día. No lo arruines.*

Se duchó con agua fría para espantar el sueño y el calor que ya se filtraba por la ventana. Mientras el agua resbalaba por su piel, no pudo evitar recordar aquellos ojos grises que la habían atravesado el día anterior. Álvaro Del Valle. Su nuevo jefe. El hombre que, según Margarita, había rechazado a diecisiete candidatas antes que ella.

¿Por qué la había elegido? La pregunta la atormentaba mientras se secaba el pelo.

Frente al armario, Nicole dudó. Su guardarropa era limitado: algunas prendas básicas que había traído de México y otras compradas en rebajas. Finalmente optó por un vestido negro ceñido pero sobrio, con mangas tres cuartos y largo hasta la rodilla. Profesional, pero no invisible. Se recogió el pelo en un moño bajo y se aplicó un maquillaje discreto, apenas un toque de color en los labios.

—Eres Nicole Ramírez —se dijo frente al espejo—. Sobreviviste a Miguel, puedes sobrevivir a cualquier ejecutivo arrogante.

El metro estaba casi vacío a esa hora. Mientras viajaba hacia la Torre Del Valle, repasó mentalmente lo poco que sabía sobre su nuevo empleo. El salario era sorprendentemente generoso, casi el doble de lo que esperaba. Los beneficios, excepcionales. Las responsabilidades... nebulosas. Margarita solo había mencionado "asistencia ejecutiva al más alto nivel" y "disponibilidad completa".

La torre emergió ante ella, desafiante bajo la luz dorada del amanecer. Nicole respiró hondo y cruzó las puertas exactamente a las 6:45. Quince minutos antes, según el "tiempo Del Valle".

Margarita ya la esperaba en el vestíbulo, con su eterno moño y una carpeta bajo el brazo.

—Buenos días, señorita Ramírez. Veo que ha aprendido la primera lección.

—Buenos días. ¿El señor Del Valle ya está aquí?

—El señor Del Valle siempre está aquí —respondió Margarita con un tono que sugería que Álvaro era más una fuerza de la naturaleza que un ser humano—. La está esperando.

El ascensor las llevó directamente al piso 60. Nicole notó que necesitaba una tarjeta especial para acceder a él.

—Esta es su credencial —dijo Margarita, entregándole una tarjeta plateada—. No la pierda. Es irreemplazable y le da acceso a áreas restringidas.

—¿Qué áreas exactamente?

—Las que el señor Del Valle considere necesarias para su trabajo.

El pasillo seguía tan austero como el día anterior. La puerta negra se abrió antes de que llegaran a ella, como si alguien las hubiera estado observando. Probablemente así era.

La oficina estaba bañada por la luz del amanecer. Álvaro Del Valle estaba de pie junto a la ventana, igual que el día anterior, como si no se hubiera movido en toda la noche. Vestía un traje gris oscuro que parecía haber sido cosido directamente sobre su cuerpo. Sin un solo pliegue fuera de lugar.

—Señorita Ramírez —dijo sin volverse—. Puntual. Eso es... inesperado.

—Buenos días, señor Del Valle —respondió Nicole, manteniendo la compostura—. Siempre soy puntual cuando conozco las reglas del juego.

Ahora sí se giró, y Nicole sintió de nuevo ese extraño escalofrío. Bajo la luz natural, sus ojos parecían más claros, casi transparentes, como hielo fino sobre aguas profundas.

—Las reglas —repitió él, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Precisamente de eso hablaremos hoy. Margarita, déjenos solos.

La mujer asintió y salió sin decir palabra. El sonido de la puerta al cerrarse resonó como una sentencia.

—Siéntese —ordenó Álvaro, señalando una silla frente a su escritorio.

Nicole obedeció, cruzando las piernas y manteniendo la espalda recta. Sobre el escritorio había un documento encuadernado en cuero negro.

—Ayer firmó un contrato estándar con Recursos Humanos —comenzó él, sentándose frente a ella—. Salario, beneficios, cláusulas habituales. Pero hay un anexo que Margarita no le mostró.

Empujó el documento hacia ella. En la portada, con letras doradas, se leía: "Acuerdo de Confidencialidad y Compromiso Profesional".

—¿Por qué no me lo mostró ayer? —preguntó Nicole, sin tocarlo.

—Porque primero necesitaba estar seguro de que usted era... la candidata adecuada.

Había algo en su tono que encendió todas las alarmas de Nicole. Abrió el documento y comenzó a leer. Las primeras páginas eran bastante estándar: confidencialidad, protección de datos, lealtad corporativa. Pero a partir de la página cinco, las cláusulas se volvían cada vez más extrañas.

*"La empleada acepta estar disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana, sin excepciones."*

*"La empleada se compromete a no mantener relaciones personales que puedan interferir con sus obligaciones profesionales."*

*"La empleada acepta someterse a evaluaciones periódicas de lealtad y compromiso, según criterio exclusivo del empleador."*

Nicole levantó la vista, incrédula.

—¿Está de broma? Esto parece un contrato de esclavitud, no de trabajo.

Álvaro se reclinó en su silla, estudiándola con aquella mirada penetrante.

—Es un contrato de exclusividad, señorita Ramírez. Mi asistente personal debe estar completamente... comprometida.

—¿Y qué significa exactamente "evaluaciones de lealtad"?

—Significa que necesito saber que puedo confiar en usted. En todos los aspectos.

Nicole pasó a la última página y se detuvo en la cláusula final:

*"La empleada acepta un compromiso de fidelidad profesional absoluta, reconociendo que cualquier relación íntima durante la vigencia de este contrato constituye un conflicto de intereses inaceptable."*

El calor subió por sus mejillas. No podía creer lo que estaba leyendo.

—¿Me está prohibiendo tener relaciones sexuales? —preguntó directamente, incapaz de contenerse.

Álvaro se levantó y rodeó el escritorio con movimientos felinos. Se apoyó en el borde, tan cerca que Nicole podía oler su perfume. Una mezcla embriagadora de maderas y especias.

—Le estoy prohibiendo dividir sus lealtades, señorita Ramírez. Mi trabajo requiere discreción absoluta. Las... distracciones personales suelen ser la mayor fuente de indiscreciones.

Nicole se puso de pie, negándose a ser intimidada por su proximidad.

—Esto es absurdo. Y probablemente ilegal.

—Es completamente legal. Consulté con tres bufetes diferentes —respondió él con calma—. Y es opcional. Puede rechazarlo y seguir siendo mi asistente con el contrato estándar.

—¿Entonces por qué ofrecerlo?

—Porque viene con beneficios adicionales —Álvaro abrió un cajón y sacó otro documento—. Duplicación de su salario. Apartamento de empresa. Y acceso a... oportunidades que cambiarán su carrera para siempre.

Nicole miró los papeles, sintiendo que estaba en una partida de ajedrez donde desconocía las reglas.

—¿Por qué yo? Hay miles de personas más cualificadas.

Álvaro se acercó tanto que Nicole pudo ver las motas doradas en sus iris grises. Se inclinó hasta que sus labios rozaron su oído.

—Porque vi algo en sus ojos ayer. Fuego. Desafío. Y curiosidad —susurró, su aliento cálido contra su piel—. Puedes renunciar ahora, o jugar bajo mis reglas, Nicole.

Era la primera vez que la llamaba por su nombre. Sonaba peligroso en sus labios.

Nicole debería haberse sentido ofendida, debería haber tomado su bolso y marcharse. Pero había algo en aquel hombre, en aquel juego de poder, que despertaba una parte de ella que creía dormida. La parte que ansiaba desafíos, que se negaba a ser domada.

Tomó la pluma que él le ofrecía y firmó con un gesto decidido.

—Juguemos, Del Valle —dijo, usando deliberadamente su apellido sin el "señor"—. Pero recuerda que el fuego quema. Incluso a quienes creen controlarlo.

Una sonrisa lenta, casi depredadora, se dibujó en los labios de Álvaro.

—Bienvenida a bordo, señorita Ramírez —respondió, volviendo a la formalidad—. Su primera tarea es preparar mi viaje a Barcelona. Salimos mañana.

—¿Salimos?

—Por supuesto. ¿No acaba de aceptar estar disponible las veinticuatro horas? —su mirada recorrió lentamente el cuerpo de Nicole—. Empaque ligero. Mi hotel proporciona todo lo necesario.

Mientras Álvaro volvía a su asiento, Nicole sintió una mezcla de excitación y aprensión. Acababa de firmar algo más que un contrato. Había aceptado un desafío. Un juego peligroso con un hombre que claramente estaba acostumbrado a ganar.

Pero ella ya no era la misma mujer que había permitido que Miguel controlara su vida. Esta vez, jugaría según sus propias reglas.

Aunque aún no sabía cuáles eran.

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