3

El ascensor se detuvo en el piso veinticinco con un suave tintineo. Nicole respiró hondo, ajustó su falda lápiz negra y salió con paso decidido. Su primer día oficial como asistente personal de Álvaro Del Valle. Después de aquel desastroso encuentro inicial y la tensa entrevista, se había prometido mantener todo estrictamente profesional.

La recepcionista de la planta ejecutiva la saludó con una sonrisa.

—Buenos días, señorita Ramírez. El señor Del Valle la espera en su oficina.

Nicole asintió y avanzó por el pasillo de mármol, sus tacones marcando un ritmo constante que intentaba disimular los latidos acelerados de su corazón. Se detuvo frente a la puerta de cristal esmerilado y golpeó suavemente.

—Adelante.

Aquella voz. Grave, autoritaria, con ese acento madrileño que hacía que cada sílaba sonara como una caricia prohibida. Nicole entró, encontrándose con Álvaro de pie junto al ventanal que dominaba la ciudad. Llevaba un traje azul marino que parecía haber sido cosido directamente sobre su cuerpo. Cuando se giró, sus ojos la recorrieron de arriba abajo sin disimulo.

—Llegas tres minutos tarde —dijo, consultando su reloj.

—El tráfico... —comenzó ella.

—En este trabajo, tres minutos pueden costar millones —la interrumpió—. Tu escritorio está ahí fuera. Tu agenda digital ya tiene cargadas mis reuniones del mes. Necesito que organices los documentos para la junta de las once y que confirmes mi reserva en el restaurante Zalacaín para esta noche. Cena de negocios con los inversores japoneses.

Nicole asintió, tomando notas mentales.

—¿Algo más?

Álvaro se acercó, invadiendo su espacio personal. El aroma de su perfume, una mezcla de sándalo y algo indefinible pero intensamente masculino, la envolvió.

—Sí. Café. Negro, sin azúcar. Y necesito que me acompañes a la cena de esta noche.

Nicole levantó la mirada, encontrándose con aquellos ojos que parecían desnudarla.

—¿Es necesario que yo asista?

Una sonrisa ladeada apareció en su rostro.

—Absolutamente. Necesito que tomes notas y... que me ayudes a causar buena impresión.

Había algo en su tono que sugería mucho más de lo que decían sus palabras.

—Como usted diga, señor Del Valle.

—Álvaro —corrigió él—. Cuando estemos solos, llámame Álvaro.

***

A las diez de la mañana, Nicole encontró una nota manuscrita sobre los documentos que había preparado para la reunión:

*"Tu perfume es demasiado distractor. Considéralo en tu próxima evaluación de desempeño."*

Frunció el ceño. ¿Era una crítica o un cumplido? Decidió ignorarlo y continuó con su trabajo.

Durante la reunión con el departamento de marketing, Nicole tomaba notas en la esquina de la sala. Cada vez que levantaba la vista, encontraba los ojos de Álvaro fijos en ella. En un momento, mientras él explicaba las proyecciones del nuevo resort en Ibiza, hizo una pausa y dijo:

—Como pueden ver, las curvas de crecimiento son... fascinantes.

Sus ojos no se apartaron de Nicole al pronunciar la última palabra, provocando que ella sintiera un calor súbito ascender por su cuello.

A la hora del almuerzo, cuando todos salieron, Álvaro la detuvo.

—¿No comes?

—Pensaba bajar a la cafetería —respondió ella.

—Tengo comida en mi oficina. Acompáñame.

No era una invitación, era una orden. Nicole lo siguió, manteniendo una distancia prudente. En su despacho, Álvaro abrió un pequeño refrigerador y sacó dos ensaladas.

—Siéntate —indicó, señalando el sofá de cuero junto a la ventana.

Nicole obedeció, aceptando el recipiente que le ofrecía. Comieron en silencio durante unos minutos, hasta que él habló:

—¿Por qué Madrid? Tienes acento latinoamericano.

—Soy colombiana. Vine a España buscando un nuevo comienzo.

—¿Huyendo de algo? ¿O de alguien?

Sus ojos se encontraron.

—Prefiero no mezclar mi vida personal con el trabajo, señor Del Valle.

Él sonrió, una sonrisa depredadora que hizo que algo se agitara en el vientre de Nicole.

—Interesante postura, considerando que pasarás más tiempo conmigo que con cualquier otra persona en tu vida.

***

La cena en Zalacaín era exactamente lo que Nicole esperaba: elegancia, exclusividad y tensión. Los inversores japoneses parecían impresionados con Álvaro, quien dominaba la conversación con una mezcla perfecta de carisma y autoridad. Nicole, sentada a su lado, tomaba notas discretamente mientras sentía la rodilla de él rozar ocasionalmente la suya bajo la mesa.

Cuando se levantó para ir al baño, sintió la mano de Álvaro en su espalda baja, un toque fugaz pero electrizante. Al regresar, uno de los camareros pasó demasiado cerca, haciéndola tropezar. Antes de que pudiera caer, unos brazos fuertes la sujetaron.

Álvaro la sostenía contra su pecho, sus rostros a centímetros de distancia. Nicole podía sentir el calor de su cuerpo, la firmeza de sus músculos bajo el traje, su respiración mezclándose con la suya.

—Cuidado —murmuró él, su voz ronca—. No sé cuánto más podré contenerme contigo.

El doble sentido era evidente. Nicole se separó lentamente, alisando su vestido con manos temblorosas.

—No vine a tu cama, Álvaro —susurró, asegurándose de que solo él pudiera oírla—. Vine a trabajar.

Regresó a su asiento, sintiendo la mirada de él quemándole la nuca. La cena continuó, pero algo había cambiado. El aire entre ellos parecía cargado de electricidad, de promesas no dichas, de deseos apenas contenidos.

Mientras el postre era servido, Nicole se sorprendió imaginando cómo sería sentir aquellas manos recorriendo su cuerpo, aquellos labios sobre los suyos. Se reprendió mentalmente. Era su jefe. Era peligroso. Era exactamente el tipo de hombre del que había jurado mantenerse alejada.

Pero cuando sus miradas volvieron a encontrarse sobre las copas de vino, supo que ambos estaban pensando en lo mismo. Y que, tarde o temprano, el fuego que ardía entre ellos consumiría todas sus buenas intenciones.

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