El Madrid de julio era un horno. Nicole Ramírez se secó el sudor de la frente mientras revisaba por quinta vez la dirección en su teléfono. La Torre Del Valle se alzaba imponente frente a ella: sesenta pisos de cristal y acero que reflejaban el sol como un espejo gigante. Respiró hondo, ajustó su falda lápiz negra y se recordó a sí misma por qué estaba allí.
*Libertad. Independencia. Una nueva vida.*
Tres meses atrás había estado atrapada en una relación que la consumía lentamente. Ahora, con su título de administración bajo el brazo y cinco mil kilómetros de distancia entre ella y su ex, estaba determinada a reconstruirse. Aunque su cuenta bancaria no compartía su optimismo.
—Última entrevista del día —murmuró para darse ánimos mientras cruzaba las puertas giratorias—. No la jodas, Nicole.
El vestíbulo era un despliegue obsceno de lujo: mármol italiano, candelabros de cristal y una fuente central donde el agua parecía danzar. Nicole tragó saliva. La agencia de empleo solo le había dicho que necesitaban una "asistente ejecutiva con disponibilidad inmediata". Nadie mencionó que estaría postulando para trabajar en uno de los grupos hoteleros más prestigiosos de Europa.
—¿Señorita Ramírez? —Una mujer de unos cincuenta años, con un moño tan tenso que parecía estirarle las facciones, la escrutó de arriba abajo—. Soy Margarita Ortiz, jefa de Recursos Humanos. Llega tres minutos tarde.
Nicole consultó su reloj. Eran exactamente las 15:00.
—Mi reloj marca la hora en punto —respondió con una sonrisa que no fue correspondida.
—El tiempo Del Valle siempre va tres minutos adelantado. Primera lección. Sígame.
Mientras subían en un ascensor exclusivo, Nicole intentó memorizar las instrucciones que Margarita recitaba como un mantra: no mirar directamente a los ojos al señor Del Valle a menos que él lo solicite, responder solo lo que se le pregunte, mantener una postura erguida en todo momento.
—¿Estoy entrevistándome para asistente o para militar? —bromeó Nicole.
Margarita la miró como si acabara de insultar a su madre.
—El señor Del Valle valora la disciplina por encima de todo. Ha rechazado a diecisiete candidatas esta semana. No sea la número dieciocho.
El ascensor se detuvo en el piso 60. Un pasillo minimalista en tonos grises conducía a una única puerta negra. Sin ventanas, sin distracciones. Solo poder concentrado.
—Espere aquí —ordenó Margarita antes de desaparecer tras la puerta.
Nicole aprovechó para revisar su reflejo en la superficie cromada de la pared. Su melena castaña seguía domada en una coleta baja, su maquillaje discreto permanecía intacto. Se pellizcó las mejillas para darles color. Después de todo lo que había pasado con Miguel, necesitaba este trabajo. Necesitaba demostrar que podía valerse por sí misma.
La puerta se abrió.
—Puede pasar —anunció Margarita con un tono que sugería que acababa de recibir malas noticias.
La oficina era un espacio abierto con ventanales del suelo al techo que ofrecían una vista panorámica de Madrid. Minimalista, elegante, intimidante. Como el hombre que estaba de pie junto a la ventana.
Álvaro Del Valle no se giró inmediatamente. Nicole tuvo tiempo de observar su espalda ancha bajo un traje hecho a medida, su pelo negro perfectamente cortado, la postura de alguien acostumbrado a que el mundo se inclinara ante él.
—Señorita Ramírez —su voz era grave, con un ligero acento que Nicole no pudo identificar—. Siéntese.
No era una invitación. Era una orden.
Cuando finalmente se volvió hacia ella, Nicole sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el aire acondicionado. Álvaro Del Valle no era el ejecutivo canoso que había imaginado. Tendría unos treinta y cinco años, con facciones esculpidas en mármol: mandíbula definida, nariz recta, labios firmes. Pero fueron sus ojos los que la paralizaron: grises como una tormenta de invierno, fríos y calculadores.
—Su currículum es... interesante —dijo, hojeando una carpeta sin realmente mirarla—. Recién graduada, sin experiencia relevante, y según mi jefa de recursos humanos, con un problema de puntualidad.
—Llegué a la hora exacta —se defendió Nicole, olvidando instantáneamente todas las advertencias de Margarita—. Y lo que me falta en experiencia lo compenso con dedicación y capacidad de aprendizaje.
Una ceja perfectamente arqueada fue la única reacción visible de Álvaro.
—¿Siempre responde así a sus superiores?
—Solo cuando me juzgan injustamente.
Un silencio tenso se instaló entre ellos. Nicole se maldijo internamente. *Acabas de perder el trabajo, idiota.*
Para su sorpresa, una sonrisa casi imperceptible curvó los labios de Álvaro.
—¿Por qué Madrid, señorita Ramírez? Su acento me dice que no es de aquí.
—Necesitaba un cambio —respondió, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Nuevos horizontes.
—¿Huyendo de algo? ¿O de alguien?
La pregunta la tomó desprevenida. Sus ojos se encontraron, desafiantes.
—Prefiero verlo como correr hacia algo nuevo, señor Del Valle.
Él se acercó, rodeando el escritorio hasta quedar a escasos centímetros de ella. Nicole pudo percibir su aroma: sándalo, cuero y algo más primitivo, más peligroso.
—Mi asistente personal debe estar disponible las veinticuatro horas —dijo, estudiándola con una intensidad que la hizo sentir desnuda—. Viajes constantes, confidencialidad absoluta, y sobre todo... —se inclinó ligeramente— obediencia incuestionable. ¿Está preparada para eso?
Nicole debería haberse sentido intimidada. Debería haber recordado a Miguel y sus exigencias, sus celos, su control. Pero algo en la mirada de Álvaro despertó en ella una rebeldía que creía olvidada.
—Depende —respondió, sosteniéndole la mirada—. ¿Está usted preparado para una asistente que no se deja amedrentar fácilmente?
El aire entre ellos se cargó de electricidad. Por un instante, Nicole creyó ver algo salvaje en aquellos ojos grises, algo que iba más allá del poder corporativo.
—Empieza mañana a las siete —sentenció finalmente Álvaro, regresando a su posición tras el escritorio—. Margarita le explicará los detalles de su contrato. Y señorita Ramírez... —añadió cuando ella se levantaba— aquí, la obediencia no es opcional. Es la única forma de sobrevivir.
Nicole asintió, sintiendo una mezcla contradictoria de triunfo y aprensión.
—Hasta mañana, señor Del Valle.
Mientras salía de la oficina, no pudo evitar preguntarse en qué se estaba metiendo. Pero por primera vez en mucho tiempo, el miedo no la paralizaba.
La estaba haciendo sentir viva.