La madrugada se había instalado con un silencio espeso, roto únicamente por el murmullo lejano de la ciudad y el suave golpeteo de la lluvia contra los ventanales de Étoile. Pamela estaba sola en la oficina principal, revisando los últimos estados de cuenta que habían llegado esa noche. Cada número, cada transacción y cada firma la oprimían más el pecho. Sabía que algo no cuadraba, pero no podía demostrarlo todavía.
El aroma del café frío, olvidado junto a su teclado, se mezclaba con el de los documentos impresos que cubrían su escritorio. Ella no podía evitar recordar las palabras de Theresa horas antes:
—Están moviendo las piezas para culparte… y esta vez, lo harán con pruebas que parecen reales.
Pamela cerró los ojos un instante. Desde la reapertura de Étoile, el eco de la amenaza siempre había estado ahí, pero ahora sentía que la trampa estaba a punto de cerrarse.
Un crujido suave, apenas perceptible, rompió su concentración. Alzó la vista, y en el reflejo oscuro del ventanal vio