La prensa no tardó en hacer eco. La noticia se esparció como pólvora entre las redacciones más influyentes de Nueva York, París y Buenos Aires. Una figura femenina, cubierta con un abrigo beige, el rostro pálido y los ojos perdidos en el vacío, había sido hallada a las afueras del Central Park, en estado de aparente desorientación. Su nombre era Lina Marceau.
El titular en los periódicos del día siguiente lo decía todo:
“Lina Marceau, ex figura del ballet encontrada con vida tras varios años desaparecida.”
Las imágenes mostraban a una mujer demacrada pero aún imponente. Había algo irreal en la manera en que sostenía la mirada hacia las cámaras, como si supiera exactamente qué hacer para parecer vulnerable, sin perder del todo el aura majestuosa que la había rodeado durante años.
Pamela observaba la transmisión desde el salón principal de la casa. La televisión mostraba en bucle las mismas imágenes: Lina envuelta en una manta térmica, sostenida por paramédicos mientras balbuceaba pala