—Si esto fuera una novela, odiaría al escritor —pensó América, con la mirada perdida al volante—. ¿Cómo es posible que me esté pasando todo esto a mí?
Nunca imaginó que Oliver, su propio hermano, le daría la espalda. Es cierto que tenía un hijo pequeño y otro en camino, pero ella ya no era una niña. Podía trabajar, valerse por sí misma. Aun así, lo que más dolía era la traición emocional.
—Adiós —le había dicho antes de salir corriendo—. Ya me di cuenta de que estoy sola. No puedo confiar en nadie, y menos si se trata de un hombre. Te creí diferente. Pensé que me amabas, que me cuidarías. Pero ya veo que todo era mentira.
Oliver la llamó a gritos desde su oficina, pero ella no volvió atrás. Salió llorando, tambaleándose entre la decepción y la rabia, sin saber exactamente adónde ir. No quería regresar a casa. Era muy temprano para encontrarse con las chicas. ¿Y si también ellas le daban la espalda? Necesitaba comprobar, sin más demoras, si aún tenía verdaderas amigas.
Sin pensarlo muc