América llegó puntual a la oficina de Gustavo, un bufete pequeño pero con prestigio ganado a pulso por la entrega y pasión de su equipo. Aquel lugar, discreto pero elegante, tenía algo acogedor que le calmaba los nervios. Gustavo la recibió como siempre: con una sonrisa sincera y una taza de café caliente.
—América, estás preciosa —dijo al verla, observando su traje—. Siéntate, acabo de preparar el café especialmente para vos.
—Sí, tomo café como una adicta —respondió ella, esbozando una sonrisa. Lo observó de reojo. Se veía especialmente guapo aquel día, tan formal y sereno.
Gustavo dejó la taza frente a ella, tomó asiento y, con una seriedad nueva en su rostro, fue directo al punto.
—Para iniciar tu proceso de divorcio, necesito que me respondás algo con total sinceridad: ¿estás completamente segura de que no habrá reconciliación? ¿Cien por ciento segura de que no vas a volver con él?
América tragó saliva. Lo dijo con tal firmeza que hasta ella quiso creérselo.
—Claro que estoy segu