—Necesito empleo —dijo América con firmeza—; para cuando me marche de aquí, ya tener un lugar al que ir y un trabajo con qué sostenerme. Te dejo mis documentos por si sabes de algo y puedes avisarme —le entregó a Gustavo una carpeta cuidadosamente ordenada.
—Tengo un colega que busca secretaria. Te vendría bien, ya que cuando termines la carrera, ya tendrás experiencia, y se te hará más fácil colocarte como abogada —le propuso Gustavo, mientras hojeaba su currículum con aprobación.
—Claro que me vendría bien —respondió ella con entusiasmo—. Si a tu amigo le parece, puedo empezar de inmediato.
Él asintió.
—Después del almuerzo, vamos con él. Trabaja en mi mismo bufete.
Horas después, sentada en la sala de estar de su casa, América esperaba a Nathan, pero él no aparecía. Tampoco respondía el móvil. Afortunadamente, ya tenía un empleo. El amigo de Gustavo, un hombre amable de unos cincuenta años, no dudó en contratarla al saber que venía recomendada por el dueño del bufete. Gustavo era r