El adiós que no duele... pero deja cicatrices
—¡Niña irresponsable! —exclamó Bárbara apenas América cruzó la puerta—. ¿Querés matarme de la preocupación?
—Perdón... ya estoy aquí —dijo América con voz baja, consciente de la hora y del desvelo que debió causar.
Sabía que había llegado tarde. Podía jurar que no era su intención, pero la noche anterior se permitió olvidar su realidad por unas horas. Durmió como si el día siguiente no significaba su venta.
—Ya es tardísimo. Tenés que hacer maletas, alistarte —Bárbara se llevó la mano a la frente y empezó a dar vueltas como un perro persiguiéndose la cola.
América no pudo evitar soltar una risita al verla.
—¿De qué te reís, eh? ¿Te gusta verme mal? ¡Dios, esta niña me va a matar!
—Calmate, sí... ya tengo las maletas listas. Solo voy a subir a mi cuarto a tomarlas —respondió América, y Bárbara soltó un suspiro de alivio.
—Si no me estuvieras atrasando, ya estaría en la casa de Nathan.
—¿Y así te vas a casar? —Bárbara la escaneó de pies a cabeza, horrorizada al verla en vaqueros y sudad