Amor y heridas

Las amigas de América habían pasado todo el día intentando comunicarse con ella. Su móvil permanecía apagado, y aunque la maestra les dio una explicación tranquilizadora, la inquietud no desapareció.

—Nuestra compañera América está un poco delicada de salud —les dijo la profesora durante el receso—. Su esposo me llamó esta mañana. Al parecer el médico dijo que mañana ya podrá volver a clases.

Aquellas palabras trajeron un poco de alivio, pero la preocupación no cedía. El hecho de no oír su voz ni recibir un mensaje las angustiaba más de lo que querían admitir, así que tomaron la decisión de ir juntas a la casa de Nathan.

—Hola, ¿se encuentra América? —preguntó Larissa por el intercomunicador.

Las puertas se abrieron de inmediato. Aparcaron el auto y todas descendieron con rapidez. Al tocar el timbre principal, fue Consuelo quien les abrió.

—Estamos preocupadas por América —dijo Larissa con voz amable—. Necesitamos verla.

Consuelo les sonrió y les permitió el paso.

—¿Desean algo de tom
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