Ana acababa de salir del baño cuando recibió el mensaje. Su pelo negro, todavía mojado, goteaba sobre su espalda. Llevaba una bata blanca que cubría con descuido su cuerpo, dejando ver parte de su piel clara y suave que brillaba de manera intensa.
Gabriel le preguntó qué hacer con Isabella.
En estos tiempos donde la ley imperaba, matar a alguien estaba fuera de cuestión.
Además, Ana pensaba que la muerte no era el castigo perfecto. Lo verdaderamente cruel era hacer que alguien sufriera en vida.
Isabella había vivido como la falsa heredera de los Ramírez, disfrutando de lujos y privilegios durante más de veinte años.
Como decía el dicho, era fácil adaptarse a la riqueza, pero muy difícil volver a la pobreza.
Los Ramírez ya no tenían posibilidad de recuperarse económicamente y estaban ahogados en deudas que seguramente caerían sobre Isabella.
¿No sería demasiado compasivo dejarla morir?
Ana se sentó en el sofá frente al ventanal que mostraba un paisaje completamente oscuro.
Le mandó un m