La persona que estaba en la puerta era Mateo. Vestía un pijama hospitalario azul y blanco, con el rostro pálido y el ceño fruncido. Sus profundos ojos brillaron de alegría en el momento que vio a Ana.
—¡Ana!
Extendió la mano para intentar tomar la de ella, pero la mujer retrocedió para evitarlo, con sus hermosos ojos llenos de desprecio.
La mano de Mateo quedó suspendida en el aire. Sus pupilas se contrajeron mientras miraba ese bello rostro que, extrañamente, le resultaba completamente ajeno.
¿No estaban bien ayer?
Mateo no lo entendía. Desde que había despertado, todo a su alrededor parecía muy extraño.
Todos se veían mayores, incluso él mismo había perdido su aire juvenil, volviéndose maduro y sofisticado. Incluso Ana no era como la recordaba.
Su madre le había dicho que él y Ana habían terminado, y que no debía molestarla más. Pero a Mateo le parecía absurdo.
Él quería tanto a Ana, ¿cómo podría haber roto con ella? ¡Seguramente le estaban mintiendo!
Así que mientras Fabiola fue al