Cyrus soltó un bostezo y estiró los brazos mientras descontracturaba su cuello y espalda. Luego se levantó, agarró sus cosas y salió de su oficina.
Las luces del edificio comenzaban a apagarse piso a piso, y el murmullo habitual de empleados apurados se desvanecía. Stella ya estaba recogiendo cuidadosamente los papeles de su escritorio, apilándolos con ese orden casi obsesivo que tanto la caracterizaba.
Cyrus se detuvo un momento en la puerta, observándola.
Como ya habían pasado unos días desde que empezó a acercarse a ella con más naturalidad, ahora podían compartir pequeñas conversaciones, saludos amables, alguna broma ligera en medio del trabajo. Nada forzado, solo gestos simples con los que intentaba mostrarle que podía confiar en él.
Y aunque al principio ella se mostraba rígida y reservada, en los últimos días había notado una leve diferencia. Ya no lo evitaba tanto con la mirada, ni se tensaba cuando él pasaba cerca.
—¿Aún trabajando a estas horas? —preguntó él, apoyá