El gimnasio privado del edificio Leroux estaba casi vacío aquella tarde. Las luces blancas reflejaban sobre el suelo pulido, y el sonido metálico de las pesas era apenas un murmullo lejano. Cyrus se encontraba allí desde hacía un rato, ajustando los guantes, preparando el saco de boxeo, intentando disimular el leve nerviosismo que lo acompañaba desde la mañana.
No era la primera vez que entrenaba, pero sí era la primera vez que lo haría con ella. Y, aunque se había prometido no cruzar ninguna línea, sabía que aquel encuentro tenía algo distinto, algo que no podía explicar.
A las seis en punto, la puerta del gimnasio se abrió y Stella entró. Llevaba ropa deportiva sencilla: un pantalón negro, una camiseta amplia y el cabello recogido en una trenza desordenada. Parecía incómoda en ese entorno, como si no supiera exactamente qué hacer con las manos o con la mirada.
—Pensé que te habías arrepentido —dijo Cyrus, sonriendo al verla.
—Estuve a punto —respondió ella con honestidad—. Pero