En aquel instante, sentía que el consultorio era un espacio cálido y tranquilo. La luz del atardecer se filtraba a través de las cortinas color marfil, tiñendo de oro las estanterías llenas de libros. En el aire flotaba el aroma suave del té de manzanilla, y un silencio pacífico lo envolvía todo, como si aquel lugar estuviera diseñado para permitir que los pensamientos se ordenaran sin miedo.
Stella se encontraba sentada en su sillón habitual, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Había pasado un rato desde que llegó, pero no había dicho nada aún. La doctora la observaba con paciencia, sin apurarla. Sabía que a veces el silencio era el primer paso antes de enfrentar algo que dolía o confundía.
Finalmente, Stella levantó la vista.
—Doctora… hay algo que necesito contarle.
—Te escucho, Stella —respondió la terapeuta con voz suave.
Stella respiró hondo, como quien se prepara para un salto al vacío.
—En los últimos días… alguien ha estado cerca de mí. —Pausó, buscando