El departamento de Cyrus Leroux estaba en penumbra, iluminado solo por el resplandor azul del televisor que seguía encendido sin sonido. En la mesa del comedor, un vaso con ron y hielo se condensaba lentamente.
Él estaba allí, sentado frente a la pantalla de su portátil, con la mirada fija y los nudillos aún adoloridos del entrenamiento.
Se tocó el mentón y soltó una sonrisa leve.
—Vaya derechazo, Stella —murmuró, casi con orgullo.
El golpe había sido fuerte, sí, pero no dolía tanto como el recuerdo del miedo en su mirada justo antes de hacerlo. Fue un reflejo, una defensa automática. No contra él exactamente, sino contra algo más profundo, algo que llevaba grabado en la piel y en los huesos.
Se sintió bastante imbécil por lo que había querido hacer en ese instante, antes de que ella le diera ese derechazo.
Joder. Quería besarla. Quería tomarla con fuerza entre sus brazos, aspirarla y fundir su cuerpo contra el suyo, pero sabía que eso era imposible. Al menos por ahora o e