Las luces de la mañana comenzaron a filtrarse por las ventanas de la habitación, Ignacio se desperezó y se sentó en la cama, mirando hacia el lugar donde estaba Evana; observó su rostro sereno, la encontró hermosa y, una vez más, se recriminó por no haberla conservado a su lado.
“Supongo que ese será mi tormento por el resto de mis días, reclamarme mentalmente por no amarte desde antes como merecías; por haber preferido un lindo cascarón vacío antes de ti; por no apreciarme lo suficiente para saber que estaba cambiando lo más valioso de mi vida por una ilusión.”
Evana se removió un poco, arrugó la nariz en un gesto que a Ignacio le pareció muy tierno y fue abriendo los ojos lentamente, pestañeando mientras se acostumbraba a la luz.
–Buenos días –saludó él.
–Buenos días –respondió con la voz todavía adormilada.
–¿Qué quieres hacer hoy?
–Preguntémosles a los niños.
–Creo que todavía duermen, me ducharé antes de despertarlos.