Angelina se dejó caer sobre la cama hecha un mar de lágrimas, sentía cómo el pecho iba a rompérsele en dos, ¿Cómo era posible que Adriano pudiera ser capaz de comportarse de esa manera con Antón? Se había trasformado en una fiera, o peor, había dejado salir su verdadera identidad, su careta se desvaneció y ahora mostraba su verdadero rostro.
— ¡Dios, ayúdame en este trance! No puedo quedarme aquí un minuto más con él… — Sollozó abrazando a la almohada y aferrándose a su fe.
Adriano entró a la habitación en el momento justo en el que ella hacía esa plegaria y la sintió como si lo abofetearan.
— ¡Eres una cínica, Angelina! Haces lo que haces, ¿Y luego pides ayuda del cielo? ¿Pero qué clase de creyente eres que puedes traicionar a tu esposo en su misma casa?
La pelirroja, apenas si pudo levantar la mirada a medias, no daba crédito a lo que escuchaba salir de la boca del gánster.
— ¡Estás enfermo, Adriano! ¡No puede ser que estés hablando en serio!
— Lo que no puede ser, ¡Es que tú me hay