Los dos son unos tercos. Me gusta que se desafían, pero en el fondo se eligen.
AzzuraIgnoro la furia desmedida de Baldassare. Puede que esté irremediablemente, perdida por él, pero no dejaré que me controle. No nací para ser gobernada. Siempre he sido dueña de mis pasos.Terzo se remueve, y detengo la mano en su cabello. Me resistí de tocar su cicatriz. Su cuerpo se tensa bajo mi toque.—Terzo, soy yo, tu reina ácida.Retomo el movimiento en su cabello, y lentamente abre los ojos.El gruñido de Baldassare me satisface.—Merda, ¿qué pasó? —cuestiona el primo del Biondo Diavolo.Apenas han pasado cinco minutos a lo mucho.—¡Imbecille! —brama Terzo, incorporándose de golpe—. Te mataré —sentencia, y sus manos palpan su cuerpo.—¿Buscas esto? —pregunta el Biondo Diavolo, enseñándole una de sus armas.Terzo rechina los dientes sin despegar los ojos de su enemigo. Baldassare suelta el arma dentro del bolso y se lo arroja a su primo.—Seducir a la hija de tu enemigo es una bajeza —ataca Terzo.—¿Alguien me puede decir por qué estoy en el suelo? —insiste el primo.El cal
AzzuraJoder.Es arrebatador ser testigo de cómo sus ojos sonríen. Este hombre ha ganado. No tengo problema con su victoria. Me levanta por las nalgas, y mis piernas se enroscan en sus caderas. No miro a nadie. Solo le suplico con la mirada que no me humille. Puedo ver cómo sus ojos se suavizan. No hay maldad en ellos. Él no me lastimará. Soy suya.—Te dije que tienen química —escucho al primo.—Él la usa, no lo encubras —pelea Terzo.—Solo tú te niegas a ver lo que hay entre ellos —interviene Piero en su discusión—. No fue suficiente con espiarlos detrás de la puerta.El Biondo Diavolo me sienta en la camilla y apoya su frente en la mía. Suelto el aire y me relajo. Mis dedos sueltan sus mechones, y dejo caer mi mano junto con mis muros.—Eso es… solo asimila lo nuestro —susurra y roza su nariz con la mía—. No somos enemigos. El mundo puede irse a la merda, pero no permitiré que nos arrastre con él —decreta y se aleja.Mis manos lo retienen.—No me iré, solo quiero que me veas —promete
BaldassareNo dejo de tamborilear los dedos en la pierna. Me contengo de no ir tras de ella. Su cola, Terzo, podría volverla en mi contra. La gacela cedió. «Pero sigo en tus brazos», recito su admisión.—Guido nos espera en la camioneta —notifica Neri con un bostezo.Estoy de pie frente a la vidriera, recordando cuando la gacela miraba la calavera. Poso la mano en el cristal, pero la retiro con un puño apretado al sentir un arranque de celos. Terzo es la causa. Él ocupa el tiempo que deseo con mi gacela. Se interpone en mi admiración. Merda, como ahora. Si no supiera lo importante que es para ella, lo aniquilaría. Lo haría desaparecer de la ecuación. Pero no puedo. Ya he sido parte de un gran dolor en su vida. No puedo ser responsable de otro. Su padre no murió por mi mano, pero estuve a punto.Los dos asiáticos caminan de un lado a otro frente al local.El sonido de la puerta abriéndose me hace contener el aire. No albergo esperanzas. La gacela podría venir en modo enemigo o pacificad
BaldassareAl mirar a Azzura, la veo incómoda. Ya sabemos que odio verla en el ring siendo golpeada, odio verla triste y llorando. Y recién descubro que también odio que la hagan sentir mal.—Aclaremos esto… —Froto con el dedo índice su pierna—. Azzura Minniti me pertenece de la misma forma que yo le pertenezco. —Mis ojos capturan su asombro; la mirada que me regala está cargada de muchas emociones—. Siempre diré que es mía, mi Gacela, pero no para menospreciarla. Lo hago porque, simplemente, soy un obseso.—Lo confirmo —comenta Neri.—Grazie, primo, por dar fe —agrego con sarcasmo.—Esto es mucho para soportar —refunfuña Terzo.Lo observo y digo:—Terzo, quiero dejarlo claro entre nosotros. —Él me enfrenta, cara a cara—. Te pido, por el bien de Azzura, que pongamos de nuestra parte.Ella pone su mano sobre la mía. Detengo el roce en su pierna y volteo la mano, logrando que entrelace sus dedos con los míos.—Vayamos al maldito meollo —interviene Neri y aplaude—. Terzo, supera de una ve
BaldassareSe interpone en mi camino Narciso y Amerigo. Los encaro a los dos, sin importarme la mole de su amigo.—Narciso, soy Baldassare Vitale —me presento.Sus ojos se agrandan y su pistola me apunta a la cabeza.—¡Narciso, no lo hagas! —grita Azzura, y él la mira con el ceño fruncido.La Gacela podrá estar furiosa y decepcionada por mi violencia en contra de su cola, pero bien que se altera por mantenerme vivo.—Soy el hombre de Azzura Minniti —decirlo delante de todos me gusta, y mi risa se tuerce.Le demuestro que no me rendiré con nosotros. Le permito odiarme, pero con tiempo limitado.No me arrepiento de haber golpeado a Terzo. Él aprenderá a respetarme y aceptar que estoy en la vida de Azzura. Le conviene hacer las paces porque a la mala no soy algo que pueda manejar.—¡No jodas! —farfulla Amerigo y me sujeta por la chaqueta.Mi primo se mueve con velocidad y coloca el arma en la sien de Itala.—Suéltalo, grandullón —amenaza Neri.Amerigo mira por encima del hombro y, al ver
AzzuraEstoy paralizada en el medio del local, con los ojos nublados por las lágrimas que corren por mis mejillas. No me moví ni siquiera cuando Neri se llevó a Itala, mucho menos con el bocinazo y tampoco con los disparos. No por ser mala amiga, sino porque sé que no la lastimaría. Le creo. Lo hago, pero necesito que controle su agresividad con mi famiglia. Narciso es importante en mi vida.Los he decepcionado. A todos.La mirada de Narciso es asfixiante. Siento su juicio, su furia contenida, su incredulidad. Pero, aunque mis ojos están abiertos, no ven. Solo tengo cabeza para otra mirada: la de Baldassare, su rabia herida, el eco de su risa torcida al proclamarse mi hombre delante de todos. De todo lo que ha pasado esta noche, solo puedo enfocarme en su partida.Narciso nunca se rinde y se planta frente a mí.—¿Por él me cambiaste? —reclama y, como no obtiene respuesta, aprieta mis muñecas.—No me hizo nada, cálmate —la voz de Itala me salva.Ella viene con Amerigo pisando sus talone
BaldassareApoyo la cabeza en el asiento. No hay peligro; Guido ya no nos matará con su forma de manejar. Nos hemos relajado al no tener a nadie siguiéndonos. El móvil vibra en mi bolsillo. Lo había puesto en silencio cuando estaba con Azzura. La espalda me está pasando factura por tantas horas tatuando. Merda, pero valió la pena cada trazo en su piel. Saco el celular y entrecierro los ojos al ver la pantalla.—Número desconocido —informo.Neri se gira en el asiento del copiloto. Oprimo la tecla y me incorporo de golpe al reconocer los disparos a través de la línea.—¡Bal, ayúdame…! —la voz alterada de Santo me golpea.—Santito, ¿qué pasa? —pregunto, todo mi cuerpo en máxima alerta.Me escurro entre los asientos.—Hay muchos… muchos disparos en la villa… Tengo miedo —llora el pequeño.—Escóndete —digo y coloco el altavoz—. Guido, ve a la villa de Azzura. Adesso.Me encargo de meter urgencia en la orden.—Viene alguien… Bal, tengo miedo… —su voz se reduce.El miedo se atenaza en mi estó
BaldassareMe pregunto si Azzura heredó el carácter ácido de ella. En el físico, nada que ver. Es que, viéndolo todo de cerca, fui un iluso. Azzura tiene la genética de los Minniti.—Sácame de este sitio. Prometo no huir de la cueva —ruega Santo y se arroja a mi pierna. Me conmueve—. Per favore, no buscaré peleas. Solo llévame.La mano delicada de la mujer en mi palma logra que corte mis emociones y desvíe mi mirada del sufrimiento del niño.—Grazie por matarlo —dice con voz rota, y la ayudo a levantarse.Carmina Serra me observa, evaluándome. Busca si soy amigo o enemigo. Aparta su mano y da dos pasos atrás, evitando mi mirada. Se pasa la manga del pijama por la frente, regándose la sangre, y arruga su cara en el proceso. Mi suegra es bonita, con un porte elegante; su cabello suelto enmarca su rostro, y baja la mirada para observar sus pies descalzos.—Los disparos han acabado —murmura Ariel, rompiendo el incómodo silencio.Toco la cabeza de Santo.—Santito, tranquilo, todo terminó —d