Itala
Retomo el paso, voy sumida en mi miseria y en cómo me miró Neri. La he cagado en grande. Ese hombre ahora solo me verá como una puttana.
Tengo sed, así que me dirijo hacia la cocina. No subo las escaleras; me encamino hacia el otro inmenso pasillo. La Roca es un laberinto andante.
El estómago me suena y me sobo la panza. No hemos comido.
Entro en la cocina y el aroma a huevo me abre más el apetito.
—¡Oh, huele delicioso! —exclamo, y me pasmo al ver a Neri sirviéndose agua.
Lolanda se gira con una espátula en la mano y una enorme sonrisa.
Merda, mi panza ruge por segunda vez.
—Siéntate, que vamos a desayunar —ofrece la empleada, sirviendo el huevo frito—. Neri, agarra esos panes y sírvele a la niña, per favore.
Le entrega el plato.
Él lo toma sin ningún problema.
—¡No te preocupes! —grito, negando con las manos.
Mis pies me llevan hacia la barra.
Neri trae el plato con tocineta, pan tostado y dos huevos.
—Siéntate a comer, tu estómago está rugiendo —ordena, dejando el plato en la