Azzura
Bal es una máquina de matar.
Estoy admirando cada golpe que da hasta que veo que la luchadora va hacia él. Mi lado territorial se despierta. La alcanzo y le tiro del cabello.
—¿Perra, no harás nada? —cuestiona.
La luchadora me odia desde que sus ojos se cruzaron con los míos. Lo sentí, igual que sentí cómo ese hombre me juzgó por mi apellido.
Estos dos no son santos.
«¿Tengo que intervenir para defender a una persona que me insulta?».
—Por supuesto —respondo, y le regalo un derechazo en su dura cara.
Ella se enfurece y se cuadra. Tira un golpe que esquivo. Tiene guantes de boxeo y yo no, pero eso no me detendrá. Voy a demostrarle a todo Polistena que soy fuerte.
No por mi apellido.
No por mi hombre.
No.
Soy Azzura Minniti.
Tengo sangue criminale.
Nací para luchar.
Ningún hombre me domina.
Nadie me controla.
Solo obedezco a mi corazón.
—¡Demuestren lo que pasa si joden con Diavela! —escucho a Itala animarnos—. ¡Mi pareja favorita en el bajo mundo!
Eso es suficiente.
Itala me con