El viento cortante acariciaba mi piel, levantando pequeñas ráfagas de polvo que se deslizaban por el suelo como si fueran fantasmas que anunciaran lo inevitable. El aire estaba cargado de una tensión que me presionaba el pecho, como si el mundo entero estuviera esperando el momento exacto en que la batalla final estallara. El horizonte estaba teñido por un resplandor rojo, un presagio de lo que vendría. La manada rival estaba cerca, lo sabía. Y yo, aunque intentaba mantener la calma, no podía dejar de pensar en lo que nos esperaba.
Kian estaba a mi lado, su presencia tan real como el dolor que me oprimía el pecho. No éramos los mismos que al principio, cuando todo parecía un sueño irreal, cuando nuestros miedos y dudas eran solo ecos en la distancia. Ahora, todo se reducía a este momento. A esta batalla. Y