El silencio en la cabaña era tan espeso que podía sentirlo en mi pecho. Kian caminaba de un lado a otro, sus manos crispadas en puños, como si contuviera una tormenta interna.
—No puedes hacer esto, Emma. —Su voz era grave, con un matiz de desesperación que rara vez dejaba ver.
—Tengo que intentarlo. —Mantener mi tono firme era un desafío cuando mi corazón latía a toda velocidad—. No podemos vivir con este miedo constante. Si hay una posibilidad de negociar la paz, la tomaré.
—¿Negociar? —Soltó una carcajada amarga—. No conoces a Darius. No razona. Solo quiere sangre.
Sus palabras eran un muro, pero yo estaba dispuesta a