CAPÍTULO 24:

*Íiiii-cuh. Íiiii-cuh.*

El sonido del columpio oxidado era un lamento metálico que cortaba el aire gris de la mañana.

El parque infantil del Bloque 12 no tenía colores. El tobogán estaba cubierto de grafitis obscenos. La arena estaba llena de colillas y cristales rotos. No había niños jugando. No había risas.

Solo estaba Mía.

La niña de siete años se mecía adelante y atrás con un ritmo hipnótico, mirando al vacío con esos ojos grandes y oscuros que parecían haber visto el fin del mundo.

Elena se detuvo junto a la verja torcida, ajustándose la chaqueta militar para cubrir el vendaje abultado en su brazo izquierdo. El dolor de la herida era un latido sordo, constante, pero el dolor de ver a Mía era una puñalada fresca en cada respiración.

—Lleva así una hora —dijo Rosa, la madre, que estaba sentada en un banco cercano, desmigajando un trozo de pan duro con dedos nerviosos—. Hoy es un "Día Gris".

—¿Qué es un Día Gris? —preguntó Rafael, manteniéndose alerta, escaneando los edificios circu
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