CAPÍTULO 16

El aire dentro del Gran Salón del Hotel Arts no olía a oxígeno. Olía a lirios importados, a champán Brut y a la hipocresía rancia de la élite de Barcelona.

Vivaldi sonaba de fondo. *El Invierno*. Apropiado.

Elena Vargas alisó la tela del vestido de noche negro que Rafael había "conseguido" a través de un contacto en el vestuario de la ópera. Le quedaba un poco holgado en el pecho, pero ceñido en la cintura. Era una segunda piel de seda prestada para una mujer que ya no existía.

—Estás dentro —dijo la voz de Rafael en su oído, transmitida por un auricular del tamaño de una lenteja—. La señal es clara. Recuerda: diez segundos.

Elena asintió levemente, un gesto imperceptible para los camareros que pasaban con bandejas de plata.

—Diez segundos —murmuró, apenas moviendo los labios.

Su bolso de mano, un clutch rígido con incrustaciones de cristal falso, pesaba más de lo normal. No por el maquillaje, sino por el escáner de radiofrecuencia de alto alcance que Rafael había soldado en su interi
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