Capítulo cuarenta y dos. No necesito que me ames.
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
El reloj en la mesita de noche marca las dos y diecisiete de la madrugada. La habitación está sumida en una penumbra tranquila, apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtra a través de las cortinas entreabiertas. El suave murmullo del viento acaricia las hojas de los árboles afuera, creando una melodía nocturna que contrasta con el torbellino de pensamientos que inunda mi mente.
Brad duerme a mi lado, su respiración profunda y pausada indica que el calmante ha surtido efecto. Su rostro, iluminado por la luz plateada, muestra signos de agotamiento; las líneas de preocupación aún son visibles incluso en su estado de reposo. Observo cómo su pecho sube y baja rítmicamente, y una oleada de ternura mezclada con inquietud me invade.
El día ha sido una montaña rusa emocional. Desde la llamada del abuelo informándonos sobre el estado de Arthur, hasta nuestra acalorada discusión sobre cómo manejar