Cuando Brad y Amy se conocen ella va vestida de novia, él vestido de traje y la circunstancia los hace llegar a un sórdido acuerdo en el que ambos ganarán algo del otro. Un matrimonio por contrato puede ser la libertad de una y la venganza de otro. Desde ese día los dos desconocidos unen sus vidas siendo arrastrados por todos los secretos, atentados, misterios y peligros con los que no contaban. Ambos se vuelven prisioneros de una gran pasión que en medio de las dudas y los miedo pone en peligro el futuro de su creciente amor teniendo que luchar contra todo y todos para poder estar juntos.
Leer másCapítulo uno. Novia a la fuga.
— — — — Narra Amy — — — — Ese día yo sentía a medida que avanzaban los minutos y las horas, que se acercaba mi final. Podía sentir en lo más profundo de mi que ya no podía seguir dando tiempo a un tiempo que se agotaba cada vez más. Mi padre, ese maldito sin corazón pretendía que me casara con un desconocido y anciano repugnante. Solo de ver la forma en que me miraba, como sus ojos aprecian desvestir mi cuerpo dentro de su mugrosa mente me daba nauseas. Siempre que venía a la casa me dejaban a solas con él. A solas para que deslizara su dedo índice con aquella uña larga repugnante por mi espalda desnuda. Cabe decir que papá me obligaba a vestir con la ropa que él pedía. Arthur Aramendi me hablaba tan cerca que podía oler su aliento de cognac y puros cubanos. Nunca podré olvidar eso. Y ahí estaba ese día gris y lluvioso, vestida de novia con él a mi lado esperando un sí quiero que no quería en absoluto y un alcalde aguardando mi decisión para convertirme en su mujer. —No voy a hacerlo —suelto. Un murmullo se hace audible mientras el hombre a mi lado se acercó a mi oído y amenazó diciendo... —Si no lo haces por las buenas te voy a matar y te haré mi prisionera eterna. Nadie sabrá que vives y de todos modos serás mi mujer, pero más como mi puta personal. Dí un pequeño respingo ante la perspectiva. Mis ojos dejaron caer dos lágrimas ante la imagen de mi propio cuerpo expuesto a semejante hombre asqueroso y sin que nunca nadie pudiera salvarme. Miré a mi lado para ver a mi padre y su rostro duro esperando que dijese justo lo contrario pero no podía En ese momento sentía que necesitaba ser honesta conmigo misma, gritar al mundo que no me sometería, no de forma voluntaria y entonces Miré hacia atrás y supe que solo podía correr...nada más. —¡Púdrete...! Empujé a Arthur clavando mis manos en su pecho y salí corriendo de allí. Aún puedo sentir el crepitar de l madera bajo mis tacones mientras me alzaba el vestido y corría y corría por aquel ayuntamiento huyendo despavorida de la medieval escena Nunca sería para él, antes prefería morir. Y entonces lo tuve claro... El sol me dió en el rostro al salir a la calle y cuando puse una mano en reverso sobre mis ojos, estos pudieron enfocar un auto de lujo con los cristales tintados en frente mío. Simplemente corrí, abrí la puerta y me metí dentro guardando en el la cola de mi vestido. Mis manos cubrieron mi rostro hiperventilado hasta quw sentí un carraspeo que me hizo levantar la vista de repente y echarme a hacia atrás en el asiento, nerviosa, asustada y de repente...encantada con la abrumadora belleza del hombre que estaba en ese coche en el que irrumpí sin control ni permiso. —¡¿Hola...?! —¡Ay, Dios! Los dos nos miramos detrás de esas dos expresiones. Fue como si mi boca pudiera saborear su mirada y sus ojos mis labios. Él tenía ese verde intenso en los ojos detrás de una piel tan blanca que parecía un trozo de luna llena. Su media sonrisa me hechizó y cuando me recorrió la.boca con sus ojos me estremecí. —¿Qué haces aquí? ¿Quién se supone que eres? En esw momento y detrás de aquellas preguntas yo no sabía qué decir, cómo explicar lo sucedido y mucho menos cómo lograr que él me ayudara al menos unos minutos. Si solo no me tiraba a la calle, yo le daría lo que pidiera. Y de repente lo supe... —Estoy a tu merced —le.dije tuteandolo directamente —. Si me ayudas te daré lo que me pidas. —Esa es una promesa peligrosamente ambigua, linda —sonrió de una forma que me volvió a estremecer. —¡Lo que me pidas! —repetí en un farfullo nervioso. —Puedo ser exigente. —Sabré negociar. —Es justo lo que estás haciendo y lo haces mal, linda —esa sonrisa me provocaba cosas innombrables. —No estoy negociando ahoea —establecí —. Simplemente estoy en tus manos y dispuesta a todo. Nada puede ser peor que mi realidad. Hubo una extraña pausa en sus palabras, acciones y pensamientos. Se quedó muy quieto hasta que vi a través de sus cristales que Arthur salía del ayuntamiento en mi busca y enloqueciendo caí de rodillas ante el desconocido en extremo guapo. —¡Por favor sácame de aquí y pídeme lo que quieras, voy a dártelo! —¡Vamonos, Carlos...soy Brad Lancaster! Extendió su mano hacia mi para presentarse mientras su chófer avanzaba alejándome de mi destino, dejandolo atrás mientras soltaba un largo suspiro apoyando mi frente en la rodilla del desconocido llamado: Brad Lancaster. —Amy Carlson. Después de tomar su mano y aceptar el tirón que me dió para sentarme a su lado, me agaché rasgué mi vestido de novia y me quedé con el vestido por las rodillas, sintiendo que así me libraba de una parte insoportable del entonces ya...pasado. Había conseguido huir de el y eso era más importante que cualquier cosa que este extraño me pidiera. Le conté todo. Al menos todo lo que podía, no le di nombres porque no era importante y no quería que luego supiera donde hallar a esa persona, mi desconfianza no moría allí pero le conté de la crueldad de mi padre, de mi falta de documentación y mi huida sin remedio, de mi necesidad de su ayuda al menos para salir de allí y de las oscuras y repugnantes promesas de aquel viejo sin escrúpulos que me la tenía jurada. Para cuando acabé mi perorata sus ojos eran extrañamente atentos con tod mi cuerpo. Con cada espacio de mi llegando a ponerme tan nerviosa que me encontré diciendo: —¿Qué quieres de mi por haberme ayudado? Con lo que hiciste al sacarme de allí es suficiente, yo podré seguir mi vida una vez que salde mi deuda contigo. Le dió una orden que no entendí a su chófer y luego me miró atentamente tras un largo suspiro hasta que dijo con absoluta autoridad: —Quiero que seas mi prometida por el tiempo que lo decida, así que no te vas a ningún lado y de tu documentación me ocupo yo pero de momento... —se acercó tanto a mi que me embriagué con su perfume de Pacco Rabanne —, eres mía, Amy. Y mi nombre pronunciado en sus labios lanzó promesas tan oscuras como inquietantes que me silenciador entendiendo que mi escape había sido una huida hacia detrás.Capítulo ciento treinta y ocho. Cara a cara por fin.— — — — — Narra Brad Lancaster — — — — —Despedirme de mi mujer y mis hijos dentro de su panza fue justamente lo que me dió las fuerzas para hacer lo último que quedaba para vivir felices.Poco a poco habíamos ido allanando el camino hacia eso, y había llegado la hora de defender el final de nuestra historia. Llegué al sitio acordado, puse la grabación en on para empezar esta aventura.—Por fin estamos cara a cara —fue lo primero que me soltó —. Por fin sabes que como me has destrozado la vida siendo su obsesión y su única preocupación ahora voy a acabar contigo. No puede ser de otra manera.—Yo en cambio solo quiero vivir mi vida lejos de todo esto —gruñí recostándome en mi coche —. Te daré lo.que pides... todo aquello que quieras a cambio de la verdad. De saber cómo me odias tanto y has llegado a mi.—No tengo por qué hacerlo pero te daré ese beneficio.Si no me hubiese delatado el gesto habría respirado profundo al oír sus palab
Epílogo. Siempre seré tuya. Dos años después — — — — — Narra Brad Lancaster — — — — Dos años han pasado ya desde que vivíamos al borde de un perpetuo acantilado. Han pasado ya dos años en los que nos propusimos vivir intensamente todo aquello que la vida nos fuera dando y romper con las reglas del destino, volviéndolas posibilidades realizables. Vivir todo con intensidad y desde la felicidad. Amy y yo todo en lo que pensamos desde que vivimos las cosas que vivimos fue ser simplemente felices, cuidar de nuestros hijos, abrazar nuestra familia. Para entonces ya no eramos las personas que habían iniciado juntas semejante camino. Habíamos aprendido, crecido y fortalecido nuestra relación durante todo ese tiempo. Todo había sido valioso para el proceso de cierta forma. Hoy no sabemos que fue de aquellos días en los que viviamos perseguidos en aquellos sitios a donde íbamos siempre con algún traidor detrás. No recordamos donde se escondían nuestros deseos por aquellos tiempos y t
Capítulo ciento treinta y siete. Todo lo que importa. — — — — — Narra Brad Lancaster — — — — No había dormido en toda la noche. Había pasado todo el tiempo inmersos en los números de mi empresa. Por fin, por fin a las seis de la mañana había conseguido llegar a algún sitio seguro. Un sitio del que defenderme, que conservar. Siempre he luchado por cuidar lo mío, por protegerme y en esa ocasión no iba a ser distinto. Durante todas las horas que he pasado intentando encontrar una solución, tuve ayuda de mi asesor fiscal y la única manera que encontramos de acabar con esta persecución de una vez, es jugar con doble moral. No estoy muy seguro de que este plan vaya a funcionar pero tengo que intentarlo. Él... Luca ha venido a nuestras vidas con el único objetivo de destrozarlo todo y la verdad no pienso seguir siendo condescendiente. Es hora de ponerle una zancadilla. Según me he dado cuenta, su principal obsesión es destruir aquello que yo poseo. Por los motivos que sean es
Capítulo ciento treinta y seis. Sangre en el apellido— — — — — Narra Amy Carlson — — — — — Podía sentir el aire denso a mi alrededor, como si la atmósfera se hubiese vuelto más pesada desde que Lucas Aramendi apareció. Su rostro no me resultaba completamente extraño. No era solo el parecido con Milicent, ni la forma de su mandíbula que recordaba a Brad en momentos de tensión… Era algo en sus ojos. Esa mezcla de dolor y rabia, de vacío y fuego, como si todo en su interior ardiera por algo que no le fue dado.Después de que se fue, dejándonos esa amenaza velada como una bomba de tiempo, Brad me abrazó con fuerza, pero su mente ya estaba a kilómetros. Lo conozco. Lo vi retroceder en silencio a ese lugar oscuro donde se encierra cuando quiere protegerme, cuando se culpa de lo que no puede controlar.Pero esta vez, ni siquiera él entendía del todo lo que estaba pasando. Y eso me daba más miedo que cualquier otra cosa.La mañana avanzó como una película mal editada. Me obligué a comer alg
Capítulo ciento treinta y cinco. El rostro del enemigo— — — — Narra Brad Lancaster — — — — El rostro apareció por primera vez en una pantalla.Eran las ocho de la mañana y apenas había probado el café cuando mi teléfono comenzó a vibrar sin parar. Llamadas, mensajes, notificaciones. Tomé el primero sin mirar siquiera el remitente.—¡Brad, enciende la televisión! —gritó la voz de Milicent al otro lado—. ¡Canal cuatro, ahora!Encendí el televisor de la cocina, con la sangre latiéndome en las sienes. La imagen llenó la pantalla: una rueda de prensa improvisada frente a un edificio de arquitectura antigua. Cámaras, micrófonos, tumulto.Y al centro de todo, un hombre. Joven. Aproximadamente de mi edad. Alto, pómulos marcados, ojos oscuros y una expresión serena, casi ensayada. Vestía un traje gris claro, sin corbata, y hablaba con el aplomo de alguien que había esperado toda su vida por ese momento.Y su voz…—Mi nombre es Lucas Aramendi. Vengo a contarles una historia de abandono, ocul
Capítulo ciento treinta y cuatro. La señal— — — — Narra Brad Lancaster — — — —Amy dormía.Su respiración era profunda, acompasada, y su cuerpo envuelto en la bata blanca que colgaba aún de su hombro izquierdo. La ducha le había hecho bien. A los tres. La tibieza del agua, mis manos sobre su espalda, la calma de no tener que decir nada. Solo estar.Había algo sagrado en verla así. Serena. Silenciosa. Viva.Me senté a su lado en la cama sin hacer ruido. Tenía el teléfono en la mano, pero no para revisarlo. Solo lo sostenía, como si fuera un escudo inútil. Como si de verdad pudiera protegernos de todo lo que aún no entendíamos.Las cámaras. Las alarmas. Las cerraduras nuevas. Los sensores.Y, aún así, esa sensación.Esa maldita certeza de que alguien estaba cerca.Me incliné, muy despacio, y apoyé la frente en su vientre. Sentí un leve movimiento. Una patada. Dos.—Ey —susurré—. No me olvidé de ustedes.Apoyé una mano abierta sobre la tela del pijama. Por un segundo, quise llorar. Pero
Último capítulo