Capítulo ciento uno. El eco de las cadenas
— — — — Narra Brad Lancaster — — — —
El portón metálico se cerró a mi espalda con un sonido que aún retumba en mis oídos. No era la primera vez que entraba a una prisión, pero sí era la primera vez que salía sintiéndome más sucio que cuando entré.
Arthur no me dio respuestas. Me dio veneno. Me dio rabia. Me dio motivos para no dormir esta noche.
El aire del pasillo me pareció más denso cuando lo recorrí solo, sintiendo el eco de mis propios pasos mezclarse con los gritos lejanos de los reclusos. En mi pecho, un torbellino de emociones se debatía entre la impotencia, la ira y la necesidad desesperada de proteger lo que tengo ahora: a Amy, a nuestros hijos, a la familia que estamos construyendo, incluso a Milicent, que es otra víctima más de su perversión.
Porque eso es Arthur Armandi: un arquitecto de mentiras. Un hombre capaz de enterrar a sus propios hijos para no ensuciar su legado.
Ya en el auto, me quedé varios minutos con el motor apagad