Naven cruzó la habitación con una gracia que parecía desafiar la gravedad. Donde sus pasos caían, el aire se tornaba más denso, como si la propia atmósfera contuviera una carga eléctrica que hacía vibrar la piel de Sofía. Los ojos oscuros de él la atraparon, y por un momento, el mundo exterior se desvaneció. Su mirada era intensa, casi hipnótica, revelando un destello de algo profundo y secreto que la invitaba a adentrarse, incluso cuando la advertencia en su interior clamaba en contra.
Sofía sintió que el peligro era palpable, como un hilo tenso en el aire. Quiso retroceder, buscar refugio en la seguridad de la puerta, pero en este espacio tan cargado de misterio, no había dónde huir. Sus pies parecían anclados al suelo, y cada latido de su corazón resonaba en sus oídos como un tambor ansioso.
A medida que Naven se acercaba, la belleza oscura que emanaba de él se volvía casi abrumadora. Sus rasgos, marcados y perfectos, parecían tallados por las sombras mismas. Su presencia irradiaba