Las paredes del despacho parecían más estrechas. El aire, más denso. Las luces, más agresivas.
Naven se inclinó sobre el lavabo del baño contiguo. El agua fría corría entre sus dedos temblorosos. Se había lavado la cara tres veces en los últimos quince minutos, pero las imágenes aún estaban allí.
El espejo le devolvía un rostro que apenas reconocía. Ojeras, tensión en la mandíbula, la mirada nublada.
—¿Qué me está pasando…? —susurró.
Cerró los ojos.
La voz volvió.
"No eres digno."
Se giró con fuerza, como si alguien estuviera detrás. Pero el baño estaba vacío. Solo el sonido del agua y el eco de sus latidos acelerados.
Horas antes, había tenido otra pesadilla, cuando se había quedado dormido en el asiento de cuero de su despacho.
Sofía. Sangre. Gritos que no sabía si venían de él o de ella. Su bebé desapareciendo en medio de una oscuridad absoluta. Y en la esquina de esa visión, Brenda susurrando su nombre como un canto envenenado.
Naven se acerco a la ventana. El sudor empapaba su es