La puerta principal de la residencia se cerró tras ellos con un sonido sordo, profundo, que resonó en el pecho de Sofía como un aviso. A pesar de los ventanales amplios y la decoración minimalista en tonos fríos, el lugar no se sentía acogedor. Era elegante, impecable… pero no cálido. Ni un retrato, ni una planta, ni una señal de vida personal. Cada rincón parecía diseñado para impresionar, no para habitarse.
Naven se detuvo sin girarse hacia ella, y señaló con un gesto breve hacia el pasillo de la derecha.
—Tu departamento está al fondo. – Su tono era frio y escalofriante –La llave está sobre la mesa de entrada. Si necesitas algo, solicita a Inés —dijo con tono seco, sin rastro de emoción.
Sofía asintió lentamente, aunque él no la miraba. Dio un paso al frente, pero su voz tembló al elevarse en medio de la tensión que los envolvía.
—Naven… —susurró—. ¿Puedo… puedo invitar a Catalina? Me gustaría que viniera a visitarme… solo un momento. Me haría bien verla.
Él se giró lentamente.
La