El rugido suave del jet privado seguía constante, pero no tanto como el latido del corazón de Sofía. Observaba por la ventanilla, aún procesando lo vivido en Washington. El gesto de su padre, las palabras de su madre, y sobre todo, la manera en que Naven había tomado las riendas. No lo había dejado todo sobre sus hombros. Había estado con ella, y eso… lo cambiaba todo.
Sin embargo, no imaginaba que aquel viaje tenía un giro más preparado por su esposo.
—Vamos a desviarnos del rumbo —anunció Naven de pronto, con voz grave pero sin agresividad.
Sofía parpadeó. Lo miró, algo desconcertada.
—¿Desviarnos? Pero… ¿a dónde vamos?
Naven apenas dejó asomar una media sonrisa mientras deslizaba los dedos por la pantalla de la tablet que usaba para revisar sus agendas. Luego alzó la mirada y dijo con tono suave:
—A París.
El silencio se hizo por unos segundos. Sofía creyó no haber escuchado bien.
—¿París?
—Quiero que veas la ciudad más romántica del mundo —respondió Naven, esta vez con una sinceri