El día había amanecido con una extraña claridad, y aunque la Residencia Fort solía ser silenciosa a esas horas, el leve bullicio de los empleados comenzaba a sentirse en los corredores principales. Sofía, en cambio, seguía en su departamento, todavía en pijama, con el cabello recogido en una coleta algo desordenada y la mente enredada en pensamientos que no lograba desenredar.
El timbre suave de la puerta la sacó de su concentración. Ares maulló desde el sofá, como si también se preguntara quién se atrevía a interrumpir esa pausa matutina.
Sofía se acercó a la puerta y la abrió.
—¿Inés? —preguntó sorprendida.
La mujer mayor, siempre pulcra y elegante, asintió con una leve sonrisa maternal.
—Buenos días, querida. El señor Naven la espera en el comedor principal para desayunar.
Sofía parpadeó varias veces.
—¿El comedor principal?
—Así es —respondió Inés con naturalidad—. Me ha pedido personalmente que le informe. Dijo que la espera.
La joven no formuló ninguna negativa. ¿Cómo hacerlo? L