La noche había caído con un silencio espeso. Desde la ventana del departamento de Sofía solo se filtraban luces tenues de los faroles exteriores, dibujando siluetas apagadas en las paredes. A pesar del baño y del intento por calmar su mente, ella seguía despierta. Sentada sobre la cama, con las piernas abrazadas al pecho, no dejaba de pensar en aquella escena en el restaurante.
Brenda. Naven. Juntos.
El solo recuerdo le revolvía el estómago. Quería convencerse de que no le importaba, de que todo aquello era solo una coincidencia, de que ella no sentía nada por él. Pero las imágenes no dejaban de aparecer, invadiendo cada rincón de su mente.
Y entonces, el sonido de una llave girando en la cerradura rompió el silencio.
Sofía se tensó al instante. No era habitual que alguien entrara sin avisar. La puerta del departamento se abrió con suavidad y un murmullo de aire frío entró con la figura que cruzó el umbral.
Era él.
Naven.
Sus pasos eran firmes, seguros, pero algo en la oscuridad y en